DE LA ENVIDIA A LA BIPOLARIDAD







En cada feria del libro estamos pendientes  de los cuatro o cinco personajes de la literatura que tienen asegurada su promoción,  en alguna de las todavía afamadas editoriales españolas que quedan y las cuales borran de  la línea en el horizonte  a cualquier novel escritor recién aparecido, con sus posters gigantescos.
Los best seller colombianos.
Nos parece una buena señal para no comprar esos libros.
Sobre todo si son de Alfaguara.
Una prevención.
Una soterrada envidia por la buena suerte del escritor de turno.

Persuadidos de que se trata de publicidad, hacemos la evasiva por esos stand para no adquirir los libros de los famosos colombianos, que con sus rostros no despegan la mirada de nuestra billetera y nos persiguen por la feria.
La otra señal consiste en que ese escritor haya recibido o “negociado” algún reciente y jugoso premio que nos siembra la sospecha. Pareciera que esos dos aspectos, antes que vender al escritor lo demeritan y ensucian, sobre todo por el desprestigio de los premios de literatura, casi siempre arreglados, en los que ya nadie cree(Como los de Mincultura) y por la carencia de la inmediatez de ciertos escritores y la falta de ese voz a voz con sus lectores, en los medios masivos de ésta época.
Porque en general la difusión del contenido de un libro en revistas, o medios será siempre con el pago de la payola, perversa costumbre originaria de la radio.
Tengo la experiencia de varias cuasi amistades perdidas, por no haber cancelado un precio que pasa de los seis ceros para realizar la reseña, o mencionar el libro nuevo.
Reseñadores de payola, de supuestos agentes culturales que buscan sólo el lucro.
Una peste del capital que abominan y deifican.

Pese a los prejuicios anteriores, Lis insistió en la pasada feria del libro de Bogotá, en la cual presenté la novela ARMAS DE JUEGO, sin rostro en poster gigantesco, en adquirir el libro de Piedad Bonnet “Lo que no tiene nombre” injuriado, por ser la historia reciente de la muerte de su hijo.
Aunque eso mismo  se predicó de forma inútil para pretender sacar de la dirección de las ventas, a Héctor Abad, con igual criterio de haber escrito también la historia de su padre, suceso ya no tan reciente. Para citar solo éstos dos casos, diré que son dos best seller colombianos que algunos también pretenden demeritar al no incluirlos en el listado de novelas, clasificándolas en el de testimonio, cual si la literatura no fuera otra cosa que eso. Un testimonio. Sin importar que es el efecto de esa literatura actual, a la que el lector de la época ha vuelto la cara sin reparar en el estricto género.
La de nuestra realidad. Que participa de realidad y ficción.

La contada en primera persona, con el prurito de la aparente lirica o de la atracción que el YO posee sobre el íntimo voyerista que a la postre es el lector. Nuestra realidad, o nuestro rostro, necesario con la vida sin el disfraz, ni el pavoneo iluso de un vate que ya desapareció de la humanidad, ahora con cara  de experiencia, sin tapujos y pretensiones de Dios creador, de los escritores de siglos clásicos. 
Y no puede ser de otra forma, que tomando como tema lo que le es mas caro al autor. Su experiencia de vida. O que su fingida “vivencia” llegue en páginas literarias vueltas ficción.

Volver al maniqueísmo para admitir que la novela de Piedad Bonnett, es buena.

Por algún lado debemos empezar a admitir la belleza del dolor.
La opción clásica de catarsis en la piel de una mujer. Escritora.
Creo en su dolor.
Y creo en que su palabra tiene la pócima de su propia salvación.
¿Y dónde quedan los culpables de la muerte? ¿Acaso no es un hecho natural?
Si algo abunda en la vida es el dolor y la muerte, porque la vida es escasa siendo como es, física. ¿Y a que se debe el motivo de mi gusto por éste libro? Creo que tiene que ver con las reflexiones de por qué se escribe, en ese caso concreto. Porque está segura la escritora, que al hacerlo cuenta la historia que muchos han llevado oculta en su piel , es un exorcismo de muchos, al contar la historia de su hijo suicida al fin, cuenta la historia de muchos colombianos, que sólo lloran, pero no pueden asumir en público, que tienen o han tenido un ser querido afectado por una enfermedad mental.

Estamos en una nueva encrucijada del mundo hace muchos días y creemos no haberlo notado.
Ya pasó la época referida por Foucault  en su “Historia de la locura…” cuando al fin la lepra dejó de ser el motivo de escisión. El límite de occidente. Ya pasaron las cruzadas y la vida se fue tornando normal sin los Moros, sin los Chinos, sin los negros. Pero nos queda su sabor, su aroma, su poesía sabia y profunda y un nuevo límite entre los nuevos normales de occidente.

La locura es, sigue siendo nuestro nuevo TABU.

Pero ni siquiera la experiencia que nos aportan epilépticos como Dostoievski en su idiota, o la manifiesta bipolaridad de Virginia Woolf, Poe, Hemingway, Twain, Hesse o Nietzsche, Baudelaire o Cabrera Infante nos hace menos egotistas o generosos con el otro, el escritor que comparte con nosotros la contemporaneidad.
Recuerdo ahora las palabras de Vargas Llosa en torno al por qué surgió el Boom desde Paris: “ Nos leíamos, nos admirábamos, nos queríamos”
Si nos leemos es para destrozarnos, si admiramos lo hacemos con un pero, y en lugar de querernos practicamos el odio o mínimo, la envidia. Si no ingresamos a una "rosca" de mutuos elogios.

El libro de Piedad Bonet, es  una enseña de la realidad colombiana que no puede llegar a negar la familia y por su hijo, escribe. Y por su salud, reconoce lo que nadie quiere sacar a la luz.

Al otro lado está el escritor de actitud excluyente. Con infantilismo de escritor. Diría, parodiando a Lenin, el egotista que no permite siquiera que en su muro de las redes sociales, se comparta al otro y lo niega o borra.
Aquel del egocentrismo. El escritor colombiano que se proclama todavía, (Iluso) único, en su mundo esquizoide.
Sin saberlo es el portador del virus primario de la locura, excluido de los demás humanos  como si estuviéramos en las épocas del clasicismo.
YO me quiero, luego, los demás no existen.
Sólo lo mío.
No puedo leer lo del otro porque corro el riesgo de aprender que la sabiduría también está en los demás.
Nuestro escritor colombiano con infantilismo de escritor, sufre del prurito de la megalomanía, de forma desmesurada, sin entrar a contemplar que tal cualidad hace parte de la locura, de la esquizofrenia, del mundo psiquiátrico.
El escritor colombiano con infantilismo de escritor es loco.
Y carece de siquiatra. Eso lo hace diferente del norteamericano o europeo.
Si.
Es diferente, pero posiblemente ese enfermo mental que trata de ocultar bajo el manto de una sabiduría inútil, que no le ha servido para salvarse a sí mismo por la escritura, rescatando y destruyendo sus monstruos. Haciendo visible sus oscuridades.
Por eso me quedo con el dolor y la locura descrita en el texto de  Piedad Bonnett, porque aclara que la locura aún es innombrable en el mundillo literario, en la alta sociedad y entre el pueblo que no puede admitir que no solo la envidia puede ser una enfermedad como la bipolaridad, la megalomanía y la esquizofrenia.

Marco Polo.

Altillo de Villanova.
2.013- Mayo 22 2.014.









Comentarios

Entradas populares