DE ARMAS DE JUEGO. PAG. 225: "Instrucciones para volar".

Instrucciones para volar




Parece que ocurre de manera espontánea, pero no. Tiene que ver con algo dentro de uno.
Es como si dentro del cuerpo de vez en cuando habite un Dios de los niños y debamos creer en él.
Entonces se trata de creer en nosotros.
Un acto de  fe en uno mismo.
Porque sin este requisito, la idea que tenemos de volar se queda en el instante de cerrar los ojos, volverlos a abrir y darnos cuenta que aún no hemos despegado de la tierra.
O mejor, te ocurre el otro día, que en pleno vuelo te abandonas, y te dejas llevar por la tibia brisa de la tarde que te arrastra por encima de las coníferas del colegio, y embelesado del prodigio del vuelo te olvidas de todo, del mundo y de tí. Casi instantáneamente caes como una piedra. Sólo que antes de estrellarte, vuelves a creer y como por arte de magia únicamente besas el césped con el estómago.
Parece que lo que te hace volar está ubicado entre el corazón y el vientre. Es como si allí estuviera la luz amorosa que te permite encender el deseo de volar.
Primero cierras los ojos y te concentras.
Luego comienzas a ascender y finalmente te sostienes en el aire.
Cuando ya logras sostenerte viene el problema de dar dirección.
Indicas la dirección con tu propio deseo y simplemente te vas desplazando como  nube.
Alguna vez obvias los dos primeros pasos y simplemente no te das cuenta en qué momento estás arriba esperando dar la orden de seguir al norte o al sur.
Crees que el primer paso de la concentración tiene que ver con la comunicación, con la lucecita del vientre. Cuando ya se ha dado tal comunicación pierdes el peso y, como una brizna de hoja, te sientes succionado hacia arriba como si tu credibilidad cambiara la física de tu cuerpo por algo parecido al sentimiento grato y la bondad. Es como si las buenas sensaciones y deseos te volvieran otro ser.
Claro, para volar no es necesario estar feliz. Precisamente has volado cuando te has sentido más deprimido y triste como la vez en que ella no quiso bailar contigo en la primera comunión de Molly Luz, que también fue la tuya.
Ocurre después de llorar. Cansado por el llanto, vuelas por encima de la fiesta sin ser visto y pasas una y otra vez por las lomas y la quebrada de cascajos de plata. Sientes el olor de la labranza y hasta bebes de la lluvia transparente que pasa a tu lado. Tú volando puedes estar aquí o allá en segundos. Hasta el tiempo y las distancias cambian de medida.
Lo que más te gusta es descender bruscamente como un kamikaze y de un vuelo en picada resucitar hacia arriba con un júbilo que se parece a la más grande felicidad.
Cuando tú estás volando te parece fácil pero, como decía, lo importante es seguir creyendo para poderse dirigir.
Ir a donde te plazca.
Claro que tú arriba no quieres otra cosa que separarte del suelo. Es como si las cosas de la tierra te fueran molestas. Entonces eres egoísta y ahí es donde se peligra y el olvido de nuestra certeza nos devuelve en picada.
No es necesario mover nada. Ni ubicar las manos delante, ni cubrirte el rostro. Simplemente la brisa la aguantas por los lados de la nariz mirando adelante.
Alguna vez te preguntaste si  debías mover los brazos como las aves pero no; no tienes necesidad. Simplemente crees en tí, en la lucecita de amor encendida en tu vientre, y a volar.
Bueno, te olvidas de uno de los requisitos indispensables para volar.
Sin él nunca has volado:
Es necesario escuchar la música.
Esa música que diluye las cosas y el tiempo.





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