Marco Polo

Firmar autos o libros




 

“El camarero me lo trajo, me saqué del bolsillo de la chaqueta una libreta y un lápiz y me puse a escribir”

Ernest Hemingway.

 

 

“Desenrollar la mina del lapicero”, no era una frase tan perfecta o real por aquellos días en que sobre uno de aquellos cuadernos que luego se llamaron Tacuinis, iniciaba mi ejercicio perpetuo de entintar con el esfero las palabras que iban saliendo sobre las líneas de cuaderno. Unos cincuenta y dos años luego, desde Youtube, tuve la opción de entender todo el proceso de elaboración de las minas y los esferos que seguimos bendiciendo y que efectivamente pueden dar vida al signo  recorriendo con la tinta unas cuatro cuadras.




                                          

 

Pasaron también muchos años, cuando debimos usar un ordenador para escribir y esto ocurrió en los años noventa en la labor de seguir machacando papel, porque la máquina de escribir tan contemporánea con el lapicero, pudo dejar aquella herramienta hija del estilete o del cálamo metálico en que se convirtiera la pluma y que también reemplazó a aquel  que formaba palabras o dibujos sobre la piedra, para suscribir en la parte final, los escritos legales, literarios o epistolares que producían signos cuadrados a veces reteñidos por ser corregidos sin piedad con retocados retrocesos sobre la misma letra.



 

Usamos mucho el esferográfico, pero luego y para no dejar disminuir el pequeño abultamiento calloso en el dedo medio o del corazón, seguimos firmando o escribiendo sobre hojas de cuaderno con un estilógrafo dorado cuyo nombre no pronunciaré porque está prohibida la propaganda en ésta nota, de origen norteamericano, pero que en razón de su control de calidad, cuando se rompió su pequeña bomba, debí remitirlo a su fabricante y me regresó uno nuevo. Algo similar aconteció con un esfero negro con punta, tapa y clip de oro de origen francés, cuya mina era de inigualable duración.

 

Mi costumbre actual, es que leo con un esfero  que recorre casi todas las líneas del libro y que al parecer permite al mecanismo cerebral que capta los signos, con más rapidez en la lectura. 

 

Y allí empezó mi problema en éste año bisiesto.




 

Lis me obsequió un pequeño lapicero cuya marca es muy reconocida, pero cuyo problema es el control de calidad de la tinta en la mina, que no dura el subrayado de un libro con las glosas que hago al margen, y que me debió remitir al viejo lapicero galo. 

 

Y como aquel cumpliera también su ciclo, entonces debí tomar, mientras reabrían los almacenes y papelerías de marca, uno cualquiera de aquellos esferos que nos regalan de propaganda o por la compra de una póliza de seguros, que también carecen de control de calidad y fenecen de inmediato. 

Pero como no habían dado apertura a las tiendas de papelería fina, debí recurrir a mi viejo, o nuevo por lo brillante, estilógrafo con el que firmé ofensivos autos de detención, hasta el noventa y nueve, cuando siempre quise usarlos, únicamente para firmar libros. 

Ubiqué los frascos de tinta que vienen para cada uno según la marca y recordé como eran mis viejos libros en aquellos años con esa línea negra.

Pero, algunos con ese papel periódico cuasi oscuro y carente de peso de ahora, no dibujaban bien la línea perfecta que resaltaba la palabra o lo escrito al margen y pude salir al fin a comprar las minas para mis viejos lapiceros. 

Creo que una de las tantas experiencias de ésta pandemia ha sido el corroborar que los fabricantes de minas ya no hacen control de calidad y adquirí muchas minas que se acabaron enseguida.

 

Resolví seguir leyendo con cualquier lapicero viejo que todavía hiciera el subrayado bajo la palabra, hasta el viernes pasado en que recibí la llamada de un amigo.

 

Me pidió mi dirección y se la escribí al WhatSapp, interrogándolo por la necesidad. 

Me confesó que me iba a hacer un regalo y me pareció extraordinario. 

Enseguida volvió a escribirme para que le enviara el número de mi cédula y recalcó que se la exigían para hacerme llegar el presente.

 

Me pareció una especie de juego de nuestra adolescencia cuando no teníamos para comprar y compartíamos las brevas que hacía su madre y vendía en la pequeña tienda de El Cármen, o él compraba queso para ir a comerlo con el bocadillo de guayaba que yo llevaría, a la loma Chicora. Aunque su voz me corroboraba al final, asintiendo que me gustaría mucho el regalo, escuchando al fondo la voz de su mujer que sonreía asintiendo, Sí le va a gustar mucho.

 

Nos hemos desacostumbrado a los regalos por cumpleaños.

 

En estos años casi es ley que esos “presentes” perecieran por el internet y más cuando la pandemia, nos limitó al correo virtual porque con él no podemos compartir más que la figura, la idea o la fotografía de una botella o de la famosa torta que exime de cualquier materialidad. Supuestamente todo lo cambió un like, un emoticón, o una frase dudosa de afecto que sentimos lejano, con tanto signo nuevo que son figuras, o máximo frases con un fondo sin creatividad y hasta con ideogramas chinos, que ahora se llaman memes. 

 

Parece que a lo que nos acostumbramos los de la vieja guardia, es a regalar algo a los que nos dan un like, o si dicen FELICIDADES le escribimos una frase, o les compartimos un pensamiento o una pequeña historia, reseña, o les elaboramos un video que es en realidad compartir la alegría de crear y elaborar y donar. Total función de cualquiera que intenta escribir, cuyo valor se crea de vuelta si es leído.

 

Ahora ya pasaron cinco días desde mi cumpleaños. 

 

Pero esa misma sensación de hace mas de cincuenta años se vuelve a repetir y siento que seguimos compartiendo, cuando escucho el timbre de portería y como si me hubiera adivinado las afugias de mi costumbre de lectura, como si aún estuviera viva nuestra comunicación adolescente, y pudiera adivinar la inutilidad de las minas de lapicero, el amigo de siempre me hace llegar un estilizado estilógrafo, para subrayar mis libros y eso me da alegría y felicidad; porque nos vuelve a traer algo dulce desde el pasado, para seguir desenrollando ya no la mina del lapicero sin control de calidad, sino de la pluma metálica con tinta china negra que aún me quedó de remanente desde que la usé por última vez para fastidiar a desconocidos y ahora para glosar, subrayar y firmar libros.

 

Marco Polo 

Altillo de Villanova

Diciembre 3 de 2020

Bogotá D.C.

 

 

 

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