Virginia Woolf
La señora Dalloway
Reseñar la novela con la que
encontró Virginia Woolf la forma de su voz, no es fácil tarea.
Por lo demás, su amplio mundo
tampoco lo resumiría únicamente la lectura de ésta novela, sino la
especialización en la totalidad de vida y obra, dentro del famoso grupo de Bloomsbury, la vanguardia de Londres y
París con Joyce y T. S. Eliot, Ulises
y su Tierra baldía de la postguerra.
Con una mujer que debió asumir su
delirio real y su deseo de irrealidad para su mundo estuprado en real orfandad,
pese a la alcurnia aristocrática de su familia, con padre mediocre
inmerso en
los libros y su talante de mujer con prohibición Victoriana de impedida para el
conocimiento o de igualdad de oportunidades académicas, impelida a luchar por
un lugar en el mundo de las letras.
Partiríamos entonces de sus propio
concepto de su lectura de Joyce a quien criticó inicialmente y trató de grosero, pero de quien realiza la
necesaria mímesis, como de la escindida vida de T.S. Eliot que lo fragmenta en
versos.
“Así que para conocerla a ella o a cualquiera, había que buscar a la gente que los
complementaba, incluso los lugares”.
Y plantea una novela con puntos de
vista contradictorios, que le permiten estar y no existir en el cuento de sus
personajes.
Su relato parte de una mujer como
ella. Pero no casada como su propia realidad, (Porque ello ocurrió de todas
formas para ser protegida del qué dirán, al convivir con hombres en la misma
casa) con el prohibido horror homosexual de la época, sino de aprovechar la
realidad aristocrática para enredar su feroz crítica contra su propia clase.
Es una prosa casi vaporosa o lírica,
como dicen algunos, en la que con base en la introspección asume el fluir de la
consciencia de Joyce, mucho más allá y en forma comunal, de tal suerte que su
conciencia vaga por encima de las calles de Londres, sus parques y negocios de
flores, en medio del ruido de los vehículos y el sobresalto de la familia real,
para conocer por medio de una inicial
tercera persona lo que ven sus ojos desde dentro, cual si se hubiese apropiado
de la conciencia del mundo.
Y nos lleva y nos permite que nos
habituemos a la arquitectura de su escindido discurso.
Sus personajes casi puede pensarse,
son los equivalentes de su vida real, aunque la señora Dalloway es normal y no
loca y si necesita su delirio lo ubica en cabeza de Séptimus para llegar al
trauma que produjo la guerra que es su locura. La máscara se invisibiliza desde
dentro, sin rostro.
Y ese doble de la señora Dalloway
será como el contradictor de su triunfo, al reunir la casta y exponerla en una
reunión, en una fiesta en su casa y al lado en su vecindad, escuchar y ver el
empalamiento del suicida con el alarido de las ambulancias que casi burlan el
chisme y la falsa alegría de la fiesta.
Y su novela puede considerarse una
novela de amor fallido donde Peter Walsh (Una especie de doble del real Leonard
Woolf sin sus agregados homo) regresa ese día de Ceylán y sin lograr recuperar
los pedazos del corazón quebrado por Virginia cuando lo rechazó, que a cambio
prefirió la seguridad de Richard y el mundo falso del poder.
Allí en esa arquitectura y su nueva
forma de contarlo, incluye su grito en contra del patriarcado,(Que fuera bandera inicial en la norteamericana Harriet
Beecher Stowe) rechaza a Peter para conservar la aristocracia, y su
homosexualidad encubierta con un juego adolescente con la mejor amiga de quien
se deja besar en los labios, Sally Seton, y con quienes se reúne en la fallida
fiesta treinta años después, con la apariencia de la imposible reconciliación.
Su amiga es quien reclama los derechos civiles en la novela y logran burlar la
autoridad impositiva.
Al final logra lo que quería Rilke.
Hacer desaparecer al narrador, que
en esta novela en mi concepto, es uno de sus logros haciendo que el pensamiento
y el discurso se diluyan en una falsa lírica, que es la realidad del mundo, esa
realidad que su genialidad cambia para aterrorizar y exaltar a Peter en una
sola acción, frente a lo que es el personaje femenino para el hombre: Ella.
Al igual que Joyce, en la señora
Dalloway solo transcurre un día, no un jueves, sino un miércoles. No el
cumpleaños de la amada, sino el “oak-apple
days” donde en un 29 de Mayo el árbol de roble sirve de escondrijo a Carlos
II para escapar de Cromwell y para que así llegue la restauración a Londres.
Y pese a todo lo dicho, la autora
nos acostumbra con el paso de las páginas a intuir el cambio de personaje que
deja escapar su consciencia o el cambio de escena al volar un diversos
sentimientos.
“Ver las cosas mas allá de las apariencias”
“El conocimiento llega a través del sufrimiento”
“Cuando la gente es feliz, tiene una reserva a la que recurrir”
“Porque es una verdadera lástima no decir nunca lo que uno siente”
“Un hombre que escribía abiertamente, en uno de los semanarios respetables,
sobre retretes. Esto no se podía hacer diez años atrás”
Dijo Sally: “Hugh, que el representaba todo lo más detestable de la clase media
británica”
Y al final su no admitida necesidad
del Yo, termina disimulándose, como
se entiende de lo que le recrimina en su libro “Las horas” otro autor que es necesario leer.
Ambigüedad, su necesidad en la
novela.
Marco Polo
Mayo 29 de 2023
(La fecha del Oak-apple days)
Altillo de Vilanova.
Bogotá. D.C.
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