Stephen Crane

La insignia roja del valor

 



 

En 2024 se cumplirán 50 años de poseer esta novela en mi biblioteca. 

 

La forma como la adquirí la recuerdo en medio de un humo de olvido. Me veo agachado en un mercado de pulgas de la ciudad, reconociendo al autor, a lo mejor recomendado por un profesor de literatura de la Universidad y viniendo a mi el contenido y valor de la obra como un hito al que alguna vez habría que hacerle justicia. 

 

A punto de leerlo para recuperar y afirmar en algo el origen y desarrollo de la literatura norteamericana, que ha saltado en los últimos meses en mi como tema desde Harriett Beecher, a Tony Morrison, con Hawthorne, Poe  o Mark Twain o Melville y los maestros mas reconocidos Faulkner y Hemingway, que señalaron a los que creyeron los mejores; saliendo de la experiencia del dolor, puedo retomar mi verdadera y humilde labor de recontarme otra de mis lecturas.

 

Y estas glosas al final de varios de sus capítulos, me fueron despejando cierta lucidez para entender a tan fundamental escritor norteamericano:

 

Es la descripción incrédula de una pesadilla, donde la realidad intenta colarse al final. El fin de la primera batalla, que dibuja desde dentro, como si los sucesos a veces fueran lejanos, de otra dimensión. Por el sentido afectado de un joven inexperto y cobarde.

 

Una batalla ganada, un contra ataque y la huida. El joven por instinto quería sobrevivir. Lo hizo, pero su relato es acusador desde los ojos de un muerto que le recrimina. Todo es poesía saliendo de la pesadilla.

 

El que huyó y el herido en cabeza y brazo dialogan y el mundo cae sobre la testa del joven que huyó del terror.

 

Su reencuentro con el soldado alto, moribundo, no resultó tan amigable porque aquel  rechazaba su ayuda, hasta que se abandonó a su suerte y buscó un lugar para morir. Maldijo el campo de batalla: “El sol era un hostia roja pegada al cielo”

Acicateado por el soldado andrajoso quien aboga por su herida “interna” peor que las que ostenta aquel, teniendo del joven como respuesta el resultado contrario que casi llega al odio por estar sacando a flote la verdad de ser un cobarde sin herida de guerra alguna.

 

La imaginación de la burla a su cobardía lo quemaba mientras seguía la batalla y una columna heroica iba al frente en un acto de locura.

No recibió burlas por haber huido porque no lo sabían. Por el contrario interpretaron el golpe recibido, como herida de bala y fue atendido como un herido en combate.

 

El joven, perdida la batalla y huyendo se hace hombre, héroe, caballero y cuando sigue disparando como loco sin haber contrincantes al frente, su locura lo eleva al rango de héroe y ya no importaba si los enviaban a una misión rumbo a la extinción, que los hace feroces y odian al enemigo, para ganar la batalla con arrojo y capturar la bandera enemiga, los dos amigos de tan dudosa valentía”.

 

 

¿En todo héroe hay un cobarde?

 

Si. Si ese cobarde sintió miedo y siguió siendo humano y puede adentrarse en su propia introspección, en su propia sicología de joven a los 24 años.

 

Que aprendió de Zola, de Kipling y Tolstoi es verdad, sobre todo cuando creemos que éste escritor con su juventud está adentrándose en el tema de la guerra. Pero ni el naturalismo de uno, ni la experiencia incluida en la obra de otro, ni el conocimiento de la totalidad humana del monumental ruso, pueden adjudicarse el orgullo de haber sido maestros del escritor de la Insignia Roja del valor.

Porque éste deseaba hacerlo, pero no sobre la guerra, sino sobre la sicología del miedo, tema tan particular que lo hace único por intentar acercarse más a la vida desde su propia interioridad. Su historia viene de dentro y la narra un simple recluta en la gesta histórica de la guerra de Secesión. Con toda la sensibilidad de un joven poeta que intenta surcar la prosa con poesía. El rio tenía el color del vino. Y los cañones, fusiles y baquetas hablan.

 

Es su reafirmación del individualismo de su país, que a al postre es el individualismo de cualquier escritor, pintado desde la visión aterrada del soldado que llega a ser imaginado por él, como si hubiera en realidad participado en la guerra, aunque su familia portara la contradicción de su religiosidad y amor a la patria.

 

Es su sicología juvenil la que narra el enfrentamiento de la muerte con la propia vida, como tema de su personal religiosidad reflejada en su madre y familia que al comenzar el relato quedan impresos.

 

Su estilo salido de ese espíritu religioso, produce una escalada de metáforas creadas desde el territorio maleado por el terror, como si la prosa regresara al estilo clásico, con la música de fondo de los cañones, las baquetas de recarga y los improperios de una verdadera batalla que enfrenta a la añoranza de su origen campesino en un realismo plagado de poesía aterradora.

 

Sus personajes casi no necesitan nombres porque cual sueño o pesadilla se licúan en espectros de cualidades similares a las humanas que en forma original, inicial o burda elaboran los contornos del soldado alto, el gritón, el harapiento o el amable. Y el narrador muchas veces abandona a Henry Fleming y se queda en su taller de creador de seres cuasi humanos, mencionando las cualidades o lo que el “joven” soldado puede ver con sus ojos.

 

Si soñó inicialmente con ser un héroe como muchos de sus antepasados, pudo reproducir con sus figuras creadas lo que hacen los humanos, como sentir miedo, desertar, para luego ser compensado mediante el fortuito engaño de haber recibido una leve herida en la cabeza, que constituye al final la contraseña, para ser un verdadero hombre antes que un héroe y hacer parte con la mayoría de seres destrozados con la mejor insignia de la guerra, la roja, la de la herida verdadera.

 

Con ella si puede imponerse a la burla de su huida y viajar por cada batalla como si llevara un santo y seña y buscar un lugar sin que las balas apaguen su deseo de ser valiente y entre esos actos deprimentes de la destrucción humana, llegar a actos heroicos, como portar el pendón o ganar la bandera del contrincante del vestido gris, que al final le darán la sensación de haber crecido, o madurado por encima de la apariencia o la farsa, el orgullo que frente a la naturaleza y el agua son los verdaderos valores de la vida.

 

Su estilo quiere ser poético, interno, como solo la épica clásica permitirá para la prosa inmortal. Por ello la poesía suena tan sencilla y sincera como si estuviera de nuevo siendo iniciática, con sus profundidades que salen y llegan al alma.

La sencillez del poema que busca la profundidad y esa visión individual, subjetiva que nos permite ver al joven que deseaba ser héroe, pero que solo resultó siendo humano.

 

Y reafirma su claridad respecto de ese héroe que pudo haber sido Henry Fleming, al escribir como colofón un cuento luego de la novela, donde el personaje anciano, se hace héroe sin estar en la guerra y por tratar de salvar el granero con sus caballos y vacas, muere quemado con el techo sobre si.

 

Marco Polo

Altillo de Vilanova

21-X-2021

Bogotá D.C.

 

 

 

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