PILAR QUINTANA


 

La Perra






 

Con un sencillo lenguaje que en apariencia surge espontáneo de la oralidad del pacífico, la narradora nos va contando la historia de una mujer negra que habita cerca de Buenaventura como un cuento coloquial de grandes profundidades.

 

El suceso cotidiano del maltrato infantil de Damaris, por la muerte accidental de Nicolasito, sumida en la miseria de la culpa y en su madurez tocada  por el terror de no poder concebir, ante la presión social y la aparente solución, dotan al personaje central de las taras religiosas suficientes para cargar con el pecado original y la maldición de su yerma maternidad.

 

Como los sucesos se desarrollan en la casa de recreo donde el mar arrebata la vida del niño, sus propietarios casi la abandonan, para al final dejar al cuidado eterno de la mujer la casa maldita, como si fuera su cadena perpetua. 

 

Su segundo pecado es no poder concebir un hijo con Rogelio. Al que se aplican con todos los conocimientos de la región, con yerbas y jaibanas y esa medicina tradicional negra que resulta inútil.

 

Entonces la perra que le regalara Elodia entra a suplir la hija tan anhelada, o mejor a cargar con su peso social de no poder tener hijos.

 

La historia adquiere ribetes universales, contados en esas regiones perdidas de nuestra nación donde impera la miseria entre la selva y el mar que no producen en el texto casi ni una sola metáfora, ni la alegría de los colores, sino la oscuridad del drama.

 

Los extremos contradictorios de lo humano, la ternura por la necesidad de un crío reemplazado a la postre por un animal, que no puede corresponder con exactitud a esa necesidad. De otro lado, lo oscuro del amor que llega y va más allá de la muerte.

Si el amor, el deseo o la necesidad de afecto se pudieran comprar o compensar no existiría ni el odio, ni la revancha.

 

Y uno de los males de nuestros días es querer humanizar los animales, volver humanas las mascotas. Convertirse en madre de un perro, no es más que la admisión de un juego para disimular la necesidad del instinto, para curar la necesidad de una hija a quien tenía destinado el nombre de “Chirli”. 

Y cuando la animalidad natural se resuelve, hasta la preñez de la perra es un suceso digno de odio, porque se rebela al deseo de su ama.

 

El telón de fondo es la injusta forma de la desigualdad humana.

El nacer con el pecado, reforzado por una culpa gratuita que se le ubica con la pobreza.

 

La aproximación a la supervivencia en un mundo roto y cruel, desnivelado hasta el punto que unos tienen la perfección del ideal de familia y los otros los pedazos de los sueños raídos que ni siquiera remedan la vida. 

 

La vida humilde y casi miserable de los negros del pacífico y la mujer relegada más allá de su derecho, como el animal que arrastra su propietario para que cargue sus culpas que son las de los poderosos, en esa selva donde la belleza está suprimida, ni el sueño ni la felicidad tienen cabida cuando el plato favorito es: “arroz con huevo frito, rodajas de tomate con sal y tostadas de plátano verde” cual si se copiara nuestra realidad nacional.

 

Pero el cuento traspasa las fronteras selváticas y el mar usurpador, mostrando cómo en realidad lo humano no es más que un punto oscurecido en la insignificancia, solitario y perdido en su terrible dolor contradictorio, se niega a ser dominante en la naturaleza con su autodestrucción, y sin temer la extinción de la especie o los mandatos divinos, como un acto personal e individual se niega a la reproducción sin que sirva de justificación o alivio el verso de T.S. Eliot o García Lorca frente a una pandemia que acelera la procreación y el fin de los recursos y la obligación de respeto a la vida en general.

 

La paradoja de la especie no deja de remitirnos a recordar a Diderot:

 

“Por eso_ dijo Jacques_ cada cual tiene su perro. El ministro es el perro del rey, el intendente es el perro del ministro, la mujer es el perro del marido, o el marido es el perro de la mujer, Favorito es el perro de ésta…”

 

La moda de las mascotas y su humanización es tema actual y  ético, cuando pudimos medir nuestra capacidad de autodestrucción. 

 

Marco Polo 

Altillo de Vilanova

22-X-2021

Bogotá D.C.

 

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