Nota escrita en trozos de papel escondidos en un libro.

De La Pesa al tempranillo

Algunas veces escribimos en una servilleta, otras dibujamos en las nubes, pero también reconozco que un cadáver coloboró conmigo en una investigación de su crímen ,escribiendo en su propia piel.




El azar elemento mágico del devenir, acaba de entrecruzar otra vez las líneas del encuentro entre seres de una tierra diluida, vuelta a la memoria.

En un banco de Ipanema, que no es una playa brasilera, en tanto efectuamos alguna transacción en Neiva, nos saludamos y de inmediato regresamos al rostro de cada uno en el pueblo.

El, un ex alcalde de Garzón en varias oportunidades, luego Gobernador del departamento, venido a menos por la tramoya politiquera.

Hablamos como paisanos, primero de los muertos de Garzón en los primeros meses. Su madre, que quiso descansar por siempre en la morada de Fernándo, mi condiscípulo del Bolívar hasta el año 1967, quien en absurdo accidente efectuando lo que más sabía, pereció en las aguas del rio Suaza. 
Nosotros sólo nos bañábamos en la piscina del colegio o en el charco del Puyo.

Recordamos la construcción del teatro Alcázar en la que intervino su padre, paisano también, por su lado Giganteño, de la existencia de la papelería “Albores” en el parque y de las obras de Garzón, como la “Villa” y el “Matadero” nuevo, que a nuestro pesar trajo desarrollo y envió a otra dimensión el barrio de mi segunda infancia en aquel “Seminario” de mis historias, que solo existirá desde ahora en el papel  y que me regresa a la pagina 147 del libro donde seguimos viviendo aún, en “La Pesa”, la que retrató Borges y luego tiñó de color la tinta roja de un tanguero:

“Donde estará(Repito) el malevaje
que fundó en polvorientos callejones
de tierra o en perdidas poblaciones
la secta del cuchillo y el coraje”

Le digo que no me avergüenza decir que fui de “La Pesa”, porque allí habité e intenté la felicidad de un forastero. 
El barrio que también lo fuera del actual gobernador, el Sicólogo de bigotito ranchero, quien pese a haber nacido en Pitalito, habitó la tierra de su padre, en varias temporadas de vacaciones y a quien debió verlo ungido de sangre al destazar las reses, o medir en la carnicería el peso de la venta del “guasalomo” como preferiblemente era seleccionado por precio, ese corte con criterio provinciano de los matarifes.

Entonces el encuentro se hace real, Jaime Bravo, propietario ahora de una inmobiliaria y el contador de historias de antihéroes, tratando de hallar un inquilino para esa casa que volvimos renta, por éstos difíciles días de Diciembre. 
Salimos juntos y antes de despedirnos, debo acercarme a una panadería a comprar un vino y él me sigue. Entonces se me ocurre invitarlo a departir una copa del vino español en la casa de los suegros.
¿Y por qué? Hasta hoy me pude enterar que el vino que allí he venido comprando desde hace un año y medio por su cepa, “Tempranillo”, era situación que no ocurría sino por algo fortuito, aunque su precio en verdad es bajo y su calidad tiene algo similar a la que pude disfrutar en Vitoria, en el país vasco. 
Pero este doble encuentro, que nos acerca la región hermosa de la Rioja, también nos acerca a la tierra de la infancia de los dos y pese a que el vino no posee el cuerpo notorio de una crianza refinada de los que saboreamos allá, es su cepa original la que nos dispara de forma primaria los puntos de tiempo y tiende en esa distancia la red transparente que invita a la memoria a las alegrías, como si el bouquet, ese ramillete de aromas o flores que nos llega a los sentidos, con el hermoso color violáceo, o la astringencia, nos permitiera el viaje en el tiempo del regreso. Lo raro, que se consiga en una panadería de Neiva ese vino de gran acogida en Europa y de gran venta en el mundo entero. Bueno, no es de tan estricta y exacta calidad. Su nombre sencillo “Don Simón” y lo que reza en su etiqueta: “Elaborado con la variedad autóctona, “Tempranillo”, Don Simón tiene una lenta y suave maceración que selecciona finos aromas a frutos rojos”

Desde Vitoria donde me aficioné a ésta cepa, no lo había encontrado tan silvestre por aquí, como a una cuadra de la casa del suegro a donde suelo ir en vacaciones. El mismo me aclara: “Esa panadería era de un español, que pudo administrarla por cerca de un año y la vendió”. 
Entiendo ahora que ese español no sabía que importó su vino para que lo pudiéramos consumir y volver a los paisajes españoles de la Rioja con Lis, y ahora con el amigo de Garzón: 
El vino español mas vendido en el mundo. Vinos de García Carrión” Dice en la etiqueta posterior.

Por ello sentados a la mesa, pretendo recitar de nuevo el poema de Borges, con la fantasía con que pudimos regresar otra vez a los dos recuerdos. Un viñedo y la única patria que llevamos en la piel, el pueblo, con el sencillo amigo que había sido su Alcalde y su Gobernador y casi declamo:

Soneto del vino

¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa 
conjunción de los astros, en qué secreto día 
que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa 
y singular idea de inventar la alegría? 

Con otoños de oro la inventaron. El vino 
fluye rojo a lo largo de las generaciones 
como el río del tiempo y en el arduo camino 
nos prodiga su música, su fuego y sus leones. 

En la noche del júbilo o en la jornada adversa 
exalta la alegría o mitiga el espanto 
y el ditirambo nuevo que este día le canto 

otrora lo cantaron el árabe y el persa. 
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia 
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.

Y no pudimos dejar en el olvido al gran Omar Silva cual árabe, el  rey del hedonismo, quien un día quedó prisionero de negras noches y blancos días, que fuera el tema siguiente, con quien por los años setenta pudimos departir otro famoso vino de pobres, el “aguapaneloso” del Manicomio, un tomadero reciente, que se ubicaba diagonal a la “Estrella” la heladería del “gato” donde simulamos ser amados, y repetir otros versos: “Si los amantes del vino y del amor van al infierno, vacío debe estar el paraíso”. 
O los otros dos Silva, que frecuentaron mi apartamento del Quiroga en donde muchas veces debí comprar hasta una caja del vino chileno, que se volvió famoso en nuestras pequeñas alegrías, aquel “Gato Negro”, como si fueran a la casa del “gitano o payo”, donde siempre que quisieran entrar, tenían un plato en la mesa.

Con esas arrobadas meditaciones de catarsis, pudimos ir dando feliz final a la segunda botella, aquella noche cuando un par de “inocentes”, como seguíamos siendo ese 28 de Diciembre de 2016, pudimos humedecer en algo la nostalgia y la alegría.

Marco Polo
Ipanema
Diciembre 28 de 2016
Neiva Huila.




Comentarios

Entradas populares