“OPIA” EL OJO. DONDE HABITA EL MOHAN

Ramón Manrique
“La Venturosa”








En seis capítulos y doscientas dos páginas, nos trae Ramón Manrique el nacimiento mítico del hijo del Mohán, un bravo huilense que salta en defensa de la libertad de los campesinos de su tierra y por los principios que había consagrado la Constitución de Rio negro de estirpe liberal, prendiendo la chispa de La Guerra de los Mil días en el sur.

La ubicación territorial de la cual sale el aguerrido luchador se ubica en Guagua, y de las casas-hacienda que habían logrado una convivencia pacífica. Contrarias sí por el color partidista, la “Buitrera” finca del coronel Laurencio Gasca conservador y su adorada hija y esposa, ubicada arriba y frente a la finca la “Venturosa”  del Dr. Altamirano, abogado liberal con estudios en Alemania.
Seres antagónicos de guerras anteriores, que lograron entender que el territorio se debe compartir para vivir, pese a las ideologías o fanatismos de lado y lado.

La descripción del territorio por los nombres de los árboles y los pájaros de la región, la lentitud de la pronunciación y el tono cantadito, nos va dibujando la imagen mental del terruño querido, la utilización de un español arcaico, que se corresponde al actual de muchos de nuestros campesinos americanos, unidos a las creencias y curanderías campesinas que se anteponen a la religión cristiana y nos ubican en el territorio de lo que desde 1905, es el Departamento del Huila y nos lleva de la mano a Palermo el pueblo al occidente de Neiva, que sufrió también el azote de las guerritas fratricidas de nuestra patria boba, acaudilladas por guerrilleros y bravoneles como explica su autor, dejando entre arquetipos universales y lugareños encantamientos y embrujos, el único elemento capaz de unir la discordia y la sangre: El amor.

Es una novela que aunque descriptiva, para ubicarnos en el entorno huilense de la Guagua (Así era su nombre hasta 1906), procura develar con el hechizo del lenguaje, arcanos del origen que llevamos en la piel. Así, nuestra “altamisa” planta utilizada para curar a la usanza de Paracelso, (la misma “planta de San Juán” en el Huila), tiene guardadas proporciones, idénticos poderes a los de la diosa griega Artemisa, haciendo del mito algo universal, que pondera los de la tierra huilense.

Por ello, las creencias y supercherías del ingenuo campesino, toman el lugar de los arquetipos  de las gestas europeas, para reemplazar con sus mitos y leyendas reales las ninfas, hadas, gnomos  y seres fantásticos con  una ubicuidad del personaje mítico del MOHAN, a lo largo del río,  por “Los peñones de opia” “ o el OJO de agua” para indicar que allí también surgió la fábula, el cuento y la fantasía del hombre universal, y ese nombre de un lugar, usado de forma autónoma, no como sufijo, puede también ser el origen del hipocorístico huilense, si se desentraña la palabra “OPIA”, que viene del griego OPS-OPOS y que significa OJO, y se lo hace diminutivo en la palabra OPITA.
El “ojo” de agua habitado por nuestro personaje mítico.
El Yuma, nuestro río.
El Huila. Ojo de agua. Espejo de agua para todo el país, desde el macizo colombiano, en el Páramo de las papas y la laguna de la Magdalena, con el misterio de una civilización aún hoy, no descifrada en San Agustín.
Todo urdido en el lenguaje mágico de Ramón Manrique y sus campesinos de “hacha y machete”.

La historia la cuenta el hijo del Dr. Altamirano a quien escucha y escribirá su versión con posterioridad y puede verificar que al menos alguno de los tenebrosos sonidos de los anocheceres en la fronda huilense, producida por pájaros agoreros, no son producto sólo de la imaginación del campesino.


Con el abogado entendemos el enfrentamiento por las ideas de unos “revolucionarios” radicales, traicionados por Rafael Núñez quien se plegara al partido conservador, para imponerles la “regeneración” y con ella el desaparecimiento de la Constitución de 1863, la de Rionegro, luego del triunfo liberal, a la que siguieron otras guerras con otros “bravoneles” para llegar a 1885 siendo el partido conservador el que sube al poder, para imponer desde la “santa Sede” y Pio Nono las Encíclicas “QUANTA CURA  Y EL SYLLABUS”, el tenebroso manual, con un concordato en ciernes, que se leía desde el púlpito, donde se declaraba un estado clerical similar al de antes de la independencia y en cuyos mandatos se podía leer que “Ser Liberal es pecado mortal” o que “matar un liberal no es pecado” y se impuso con la constitución centralista de 1886 que de entrada rezaba:
En nombre de Dios fuente de toda autoridad”, como si fuera la decapitada monarquía de 1789, aboliendo con ello la constitución de Rionegro con sus conceptos de esa revolución francesa y su libertades: De desplazamiento, de enseñanza, de culto, de asociación, de portar armas, volviendo al estado centralista y contra el federalismo de los nueve estados, lo que  originó “La guerra de los Mil días”.

A todas estas honduras nos lleva una aparente, e ingenua novela que cuenta las costumbres huilenses, sus mitos, su “fabla”, sus árboles y sus pájaros, con el desarrollo y advenimiento de la guerra y su final en “la Batalla de Matamundo”, que culminara con la misma en las propias calles de la ciudad de Neiva en el año de 1900.

La novela es la historia de Jose María “Chepe” Cuellar. Quien por el uso de las teogonías huilenses, mezcladas a la devoción cristiana impuesta, creen ver en el rebelde al HIJO DEL MOHAN. Cambiando al personaje real por un hombre mítico, que evade las balas y los machetazos(El arma nativa de ésta guerra) con el que usaban el Gras o el arcabuz.

Es la historia de dos familias de ideología contraria, salida de Shakespeare.
De Mariana y Chepe que construyen su amor desde la infancia y la inocencia se torna en tragedia.
Y casi es poco lo que nos deja el autor para la reseña, al hacer un “prologuillo” de la obra y aclararnos que se trata de una novela de Ficción y realidad.
Ni mas ni menos que la primera obra nacional, donde se desarrolla lo Real maravilloso.
Une temas universales que luego son retomados por nuestro nobel,  la alquimia, Paracelso, las casas-hacienda, los Rosacruces o los dioses griegos como Artemisa, para admitir siendo un gnóstico, que hay algo mas allá de las estrellas.
Nos permite observar que es posible y casi necesario hacer un glosario de la terminología del Huila, preciosa y original como la onomatopeya de sus pájaros, la lentitud del tonillo, su español dialectal que se hace música en el bambuco del río del Mohán, Mi Huila para disfrute nacional, en la composición de Héctor Alvarez:

“Creó el rio Magdalena para que toda Colombia
Pudiera beber el agua de ésta tierra que es la gloria,
Por eso es que aquí en mi Huila no existen los forasteros
Porque nadie extraña el agua, ni la raza de mi pueblo”

Me place haber leído esta novela estrictamente Huilense, que corre por las calles de Guagua y Neiva, con la recuperación de la memoria histórica de un pueblo, que solo ha visto en José Eustasio Rivera  la identidad opita.  
Precedente obligado, para los que creemos necesario cultivar la recuperación de nuestro patio posterior, en la aldea sin dejar de ser universales.

Es posible que lo que no nos llegue totalmente a convencer, sea su atrevimiento al afirmar una cierta pureza de los españoles en nuestra región, con cierto tufillo racista al negar el mestizaje, y no admitir lo aventurero o criminal de los mismos, aseverando que el Huila se formó sin negros, y que los españoles fueron de una segunda cochada de: Gallegos, castellanos, santanderinos, vascos e hijosdalgo.
Pero por si las dudas, nos provee del Mohan, para recuperar nuestra dignidad.

En lo que si es certero, es en la  síntesis que hace de su obra en epígrafe inicial:

“ Gesta de guerrilleros y bravoneles, relato de íncubos y súcubos, amores, trasgos y vestiglos”

Obra que debe leer todo huilense y colombiano para profundizar en sus orígenes.

Marco Polo
Altillo de Villanova
Agosto 14 de 2017.
Bogotá D.C.





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