GUSTAVO ÁLVAREZ GARDEAZÁBAL



 “Cóndores no entierran todos los días”

(La falsa bondad del político sicario)








León María Lozano autor intelectual de tres mil quinientos sesenta y nueve homicidios de liberales de Tuluá, solamente una vez estuvo armado de cuchillo, cuando energúmeno amenazó al pretendiente de su hija, pero su grupo de sicarios lograron acabar con casi todos los oponentes políticos con armas provistas por su partido, el cual fletó a los miembros de la pandilla criminal de los “pájaros” a quienes, al cambio de gobierno ubicó en puestos claves con posterioridad:
El nuevo gobierno, obedeciendo el clamor público, pero al mismo tiempo conservando su línea política que le impedía procesarlo, obligó por medio de decreto supremo, la extradición del territorio de Tuluá...”
Hasta el último muerto, los últimos vecinos del pueblo comandados por Gertrudis Potes, resolvieron exigirle al criminal parar la matanza. Pero casi nadie creía en la autoría criminal de León María Lozano.
Que eran solo infundios y calumnias las acusaciones, decían.
Con Agripina su mujer, el pueblo conservador seguía creyendo en su falsa bondad.
Cóndores no entierran todos los días”. Gustavo Álvarez Gardeazábal.


Así obró la inicial y sucinta reseña de la Novela del maestro tulueño, que publicara en el Facebook, luego de su relectura el 14 de Abril de 2018, cumpliendo el cometido de recuperar la memoria histórica del pueblo colombiano.
“Surgió de la vivencia infernal de mi infancia en las calles de Tuluá(…)
Los personajes que por ella circulan no son más que el fruto de una observación novelística, así muchos de ellos tengan en estas páginas los nombres con los cuales aporrearon las calles de Tuluá(..)
…esta acumulación de invenciones tal vez no sea una novela(o al menos la novela que escribí) sino la verdadera historia que sólo nos dejan escribir a los perdedores.
No hice más que el tradicional oficio del novelista que recrea la realidad.”
Dice su autor en la nota  a la edición de 1984.

Apresando con dificultad la conseja popular y en especial la de Midita de Acosta, declamadora al estilo griego de ésta tragedia, quien repite muchas veces los sucesos, unidos a los del dicho de cada vecino, a los que recurre el narrador como testi de auditu para referir como llegó a su  pluma la noticia, en esa novedosa forma actualizada del relato, utilizada por el último novelista clásico Víctor Hugo; quien tiene de cada suceso un testigo o un oportuno reportero para ir contando lo que le cuentan o contaron esos “corresponsales” fortuitos, sin las molestas digresiones de aquel y lograr la verosimilitud.
Esa credibilidad avasalladora de la novela.
Mas como ya dijimos es el propio autor quien reconoce que, “Escribí Cóndores como una novela”. Porque surgió de la vivencia infernal de su infancia y hasta utilizó los mismos nombres de los personajes reales que pisaron las calles de Tuluá.
Entonces volvemos a pensar, qué hubiera ocurrido si la novela hubiese recibido el tratamiento de la primera persona, atrevimiento al que el autor no se pudo escurrir, cuando éste era el método adoptado en el momento histórico por muchos de los que nos trajeron sus novelas de la violencia y establecieron una capilla en la literatura nacional con la sensación de dioses de la tercera persona.

En una turbulenta marejada, el narrador nos amarra al cuento de muerte propiciado por León María Lozano, el vendedor de quesos de la galería, desde el día en que prevalido de un taco de dinamita, “un pucho”, su cuñado y el cabo Rojas,  detienen la muchedumbre que se aprestaba a volver cenizas las instalaciones del colegio de los salesianos, como vindicta popular por la muerte del caudillo Jorge Eliecer Gaitán en la capital.
Pero desde allí, el humilde e ignaro vendedor, corroído por el odio que la religión católica estimuló, de concordato, constitución conservadora y oscuros gamonales, asiduo rezandero de misa de seis, adorador de ritos religiosos y curas, entiende la noción del poder nacional que ha imperado más de un siglo, pasando por las guerras que incluyeron la de Los mil días, contra la chusma de los liberales ateos hasta la fecha:
El poder del miedo.
El narrador sólo nos libera, cuando su aliento y el nuestro están casi perdidos, con su voz un tanto afectada por el asma del matón, que como un silbido de muerte no nos deja respirar y nos lleva a un trance agónico por las ciento setenta y cinco páginas de su cuento, hasta poder distinguir la figura del espanto de Simeón Torrente que desde el más allá viene a aplicar aquella justicia, que es casi apocalíptico mandato teológico, “Qui gladio occidit, gladio occisus erit:

El que a hierro mata a hierro muere.

Mas no descansa hasta ubicarnos en el día desolado, oscuro y casi feliz del funeral del criminal jefe de los pájaros.
El cóndor.

Esta obra trae la memoria histórica de una época que pretendemos falsamente, estar desmontando para nuestros días, cuando los acontecimientos presentes nos obligan a recrear, que a nuestro lado seguimos sintiendo el peso oscuro del ave rapaz, señalando otra vez a sus futuras víctimas, o sacrificándolas a pesar de atreverse aquellas, a denunciar en su cara las amenazas de su oscuro grupo de sicarios pagados por el gobierno y con armas y vehículos azules de propiedad estatal:
“El gobierno era algo igual a los pájaros y los pájaros eran algo igual al gobierno”
En esta novela los muertos rebasan en número la de los muertos contados en la masacre de las bananeras por el nobel, pero no llegan al uno por ciento de todos los masacrados en estos aciagos años de violencia.
La trepidante novelación que pareciera, se desarrolla en una única escena continua, sin capítulos y casi sin la obligada respiración que  necesita el lector, nos hace salir al patio a buscar el aire que nos de un respiro del asma que nos aporta la historia, cuando se está repitiendo ante nuestros ojos.
Son cinco años o cincuenta o mas de cien, los que vuelven a nuestra  realidad actual, para que un León al final carroñero, vaya desgranando sin piedad la vida de los únicos que se atrevieron a señalarlo y a recriminarle por su hipócrita creencia religiosa, que tan solo lo impele a matar a sus propios paisanos liberales, por orden de una “regeneración” sanguinaria con crueldad  animal y total impunidad por la consonancia con el gobierno y con la ignorancia y creencia religiosa del pueblo tulueño, que sigue creyendo en la voz gangosa y en apariencia inane de la falsa bondad del cóndor.

Marco Polo
Altillo de Villanova

Bogotá Abril 14 de 2018

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