El oficio de la introspección
Texto leído en la Tertulia Literaria del Club de Ejecutivos de Bogotá
No
siempre los títulos de los libros son el libro.
En
este evento el ejercicio de repensar el país y hacer introspección. ( Como
dijeron los griegos y se tradujo al latín: Nosce
te ipsum).
Introspección
de la patria que se lleva dentro, con el decurso de los años, nos permite
sintetizar en una frase, un verso, un sonido, algo que nos signifique el todo.
Así como nuestro propio nombre de pila puede resultar de impacto como lo dijo
algún locutor, también lo es el nombre de la novela para quien tan solo ha
visto la portada del libro, porque como decía nuestro amigo Fernándo Soto Aparicio: “Sabemos lo que son las armas de fuego: las
que hacen la guerra y siembran la desgracia
y la violencia. Pero, ¿las Armas de juego?”
ARMAS
DE JUEGO es el resumen que tengo del país y de los colombianos. Y como decía
describiendo el título, el catedrático Joaquin
Peña Gutierrez, se trata de una paronomasia,
del cambio simple de la F por la J, para que el mundo de la palabra se
trastoque y cambie de forma rotunda, por el mundo ficticio donde viven los
personajes.
Los
que crecieron en medio de la violencia. Los que crecieron con carencias
emocionales. Los que no conocieron siempre el amor, sino la segregación y el
desarraigo que propició el odio. Los que se inhibieron para abrazar a otra
persona o decir “te quiero”, los que no quisieron perdonar nunca, subyacen, están
pintados en el titulo de éste libro, porque hasta en los primero juegos de su
infancia, sus juguetes fueron armas, creadas o fabricadas por cada uno de los
infantes colombianos.
Es
decir, sus armas iniciales querían y estaban dirigidas a ser las de FUEGO, pero
simplemente en la infancia eran juguetes tomados de la realidad nacional que a
la postre siendo de juego, tenían todas las posibilidades de crecer y hacerse
las odiosas ARMAS que cercenaron por mas de doscientos años la vida de los
colombianos.
Pero
las ARMAS DE JUEGO no se quedan allí, se hacen un libro con toda la memoria
histórica posible, de los años en que comenzó a formarse el grupo guerrillero
mas notable del país que hoy pretende firmar la paz.
Como
novela, los personajes sienten que en su cotidianidad se atraviesa la muerte,
el odio, el desarraigo y el abandono.
Que
las experiencias deben ser las que curen la falta de ilustración del infante.
Desde
sus años mas tiernos los personajes deben ir explicándose las sensaciones y los
dolores de la carencia.
Y la
vida sigue y los personajes se aferran a ella para procurar crecer con el
mínimo de seguridad que da el desamparo.
En
la historia no existe el llanto o al menos la quejumbrosa voz suplicante,
porque el colombiano está facturado de un acero tan poroso, por el que se
infiltra la mínima alegría, esa sonrisa que logra sellar muchas veces las
llagas del dolor y sin ser magia, si tiene las propiedades curativas para
paliar el desamparo. El colombiano ha aprendido a reír de lo macabro como
salvación.
Otro
aspecto será la FORMA del libro, que también es un juego entre tiempo y
espacio. Entre la mecánica cerebral del
recuerdo y su símil, con lo virtual, que propicia la fractalidad de la novela.
Como
la forma procura el envase de su propio contenido, cien historias fracturan el
tiempo lineal.
Con
la apariencia de permanente solución de continuidad, se reinicia y encabalga en
la historia siguiente o en el capítulo que lo enuncia.
Elude
el primer canon expresado por los clásicos, o al menos por los estudiosos desde
el nacimiento de la novela: El de contener una sola historia con su tiempo unido a ella.
En
Armas de Juego, lo único exclusivo es el instante del recuerdo que no es una
sola historia.
Allí
caben todas las historias en el último segundo de un hombre, que no tienen la
finalidad de salvar cada noche la vida de Scheherezade. Su finalidad es la de
recuperar la memoria de un personaje lleno de olvido. De recuperar con él la
memoria del lector. Y hacerlo preguntarse si se conoce a sí mismo.
Entonces,
el lector es fundamental para el escritor y debe hacerse cómplice de quien
digita la novela. Este le permite ir armando al mismo tiempo, esa historia
única que exigen los cánones. Pero la vida que palpita y se hace ficción al ser
recreada desde el recuerdo, va tejiendo con tenues zurcidos la unidad de la
exigida única historia. La que al final sale a flote en su totalidad de veinte
años contados.
¿Y
esos múltiples recuerdos, son reales o fictos?
El
recuerdo como tal, de ninguna manera puede ser considerado real, dado que son
sólo pequeñas briznas de algún tópico, que al salir a flote desde el cerebro,
deben ser recreadas y con ello se está enunciando que se debe realizar una
nueva elaboración, que no podrá ser cotejada con el “archivo” anterior, porque
éste se ha convertido en una nueva versión de la historia inicial.
Lo
dijo Borges casi refiriendo lo fractal de un libro: “Somos nuestra
memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de
espejos rotos.”
Luego
lo repitió nuestro primer nobel, al admitir que “ La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la
recuerda para contarla”.
Con
ello se idealiza el uso del recuerdo en la recuperación de la vida y valoriza
de una vez por todas el peyorativo concepto de quienes creen que si se cuenta
un recuerdo, se trata de “vivencias”
para demeritarlo, como si aquellas no fueran acaso parte de la misma vida,
perdidas por ahí cuando no se han recuperado y que no deben ser pecado para el
autor, cuando es de lo único que en el fondo puede llegar a contar.
La
masividad de las redes sociales ha permitido en cambio, negar la importancia de
la introspección, como si el “conócete a
ti mismo” fuera lo banal y no las falsas noticias que distribuye el
Facebook dotando de una irreal igualdad al que opina.
Ahora bien,
en Armas de Juego, novela dirigida a
niños de cualquier edad, con el tratamiento de la primera o segunda persona en
forma adrede, busca la interacción con el lector. “A veces
la historia novelada de Armas de juego
se susurra al oído del lector, en primera, segunda, tercera personas. Nos dice
las verdades literarias, que no son más que las del tiempo de este tiempo”, dice
de la novela Jorge Eliecer Pardo. Y con ello sólo se busca la interacción con
el lector, la de llevarlo dentro de sí mismo. Se lo toma de la mano y se lo
hace parte de cualquiera de los personajes y cuando asume la historia como
propia, sin dar solución a todo el asunto, le permite discernir sobre lo que
está leyendo, que es sobre su propia vida:
“No es un libro facilista, de esos que se contentan con una anécdota llana y aséptica sociológicamente. No. Es un libro digno de leerse por cucharadas: un fragmento, cerrar el libro y hacer una reflexión. Ahí está el sentido de la buena literatura. No avanza rápido como tantas novelas-guión, no te atrapa con datos escondidos. Juega con todo, lenguaje, palabras, estructuras, tiempos y gemelos, novias y amantes, asesinos y bondadosos”. Y Culmina así la nota de Pardo: “Armas de juego, un texto para largos viajes y lentos amaneceres”.
“No es un libro facilista, de esos que se contentan con una anécdota llana y aséptica sociológicamente. No. Es un libro digno de leerse por cucharadas: un fragmento, cerrar el libro y hacer una reflexión. Ahí está el sentido de la buena literatura. No avanza rápido como tantas novelas-guión, no te atrapa con datos escondidos. Juega con todo, lenguaje, palabras, estructuras, tiempos y gemelos, novias y amantes, asesinos y bondadosos”. Y Culmina así la nota de Pardo: “Armas de juego, un texto para largos viajes y lentos amaneceres”.
Porque la
intención es permitir al lector ingresar con el autor en la peripecias y dolores
del libro que son las mismas suyas, inducirlo a su auto voyerismo, para que
participe además, de la vida interna del libro y para que a la usanza griega
haga la catarsis o realice ese “nosce te
ipsum” el “conócete a ti mismo”
que sanará las heridas comunes de los colombianos.
Es un libro para
la paz. Para considerar la desaparición del otro y perdonarlo al final.
Para recuperar
la fe y tender la mano sin permitir el olvido del pasado, que nos aporte las
raíces para el presente. Las que nos
permitan descartar lo banal del siglo XXI, y nos quite la ilusión de que una
sola frase en el Twiter, nos está dando el estatus de filósofos.
Marco Polo
Altillo de
Villanova
Noviembre 6 de
2016
Bogotá D.C.
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