DE HECTOR SANCHEZ


“EJECUCION EN LOS FAROLES”
  
Sátira para no agelastas




En apariencia el título nos remitirá necesariamente a la novela negra, a la ilusión del thriller.
Pero es probable que el lector desprevenido o acostumbrado a una ramplona o fácil lectura, deseoso de ser acicateado por el suspenso y el misterio abandone en seguida la lectura.
Desde la página diez puede concluir que desde los nombres de los personajes, hasta la utilización del lenguaje incursionan en una oquedad de apariencia inútil, con  cierto anacronismo filudo.
De inmediato el narrador se desplaza por las alegorías, sátiras y anécdotas de los personajes sin un tiempo racional que permita su ubicación, aunque por allí obra nuestra capital, donde nada es directo y todo tiene su tipo de comparación en circunloquios que casi logran ser doctos.

Recurrimos erróneos al francés que parió la risa en la novela, para soportar en la propuesta,  una de las tantas frases sueltas que aluden a Horacio: “ si no puedes en el debate vencer a tu enemigo, apela al chiste para que duela menos”.

Nos asimos a la certeza de que en verdad, el libro no está escrito para agelastas.
Por eso nos hacemos permisivos e intentamos seguir con el narrador jánico.
Encontramos un ser oscuro e irónico a la vez, que pretenderá escupirnos y llenarnos de un humor caustico, biliar, para que el mismo entramado de su supuesto crimen, se encargue de meter en la llaga el ácido de su trasegar por el mundo:
“Me muevo como un fantasma por la vida, huyendo de todo, en busca de nada. Los hombres somos un enigma”.
La risa no aparece, para justificar a Rabelais.
Porfiamos del lenguaje decadente.
Sin economía y por el contrario esperpéntico, nos lleva a la comparación anterior. Sus símiles llaman a la obsolescencia, no nos acercan a la Bogotá, de Salóm, de lo risible.
Su cuento se torna un falso carnaval. Entre la farsa de los tiempos idos y verdades perennes. Su frase sobre el feo y la bella, el rico y el pobre disuenan como una queja.
Al final se torna  una ópera bufa, donde los personajes no logran vivir en algún lugar.
Mas el relato es casi verosímil al contar lo que ocurrió en el quinto de los faroles, pero algo salta en la chispa del narrador, al intentar insuflar vida a los monigotes como Atiliano, Próculo, Lulú, o Tiberio y otros fantasmales personajes que naufragan en una sopa atonal, atemporal. Cuando habla de ellos se desvanece el narrador y salta de la época actual, a la romana y de allí a sus eternos símiles de nuestra eterna decadencia.
El tiempo casi no corre por su texto. Es el mismo país, pero otra época donde pareciera que el personaje principal, “hubiera nacido viejo, pasmado, calculador, cascarrabias”.
De forma extraña el propio narrador admite que se trata de una “crónica desmigajada”.
¿Pero a donde conduce su  festivo rencor? ¿Es la supuesta depravación del hijo, el móvil?
El enigma es frágil, o elemental, para un real investigador.
El relato une tiempos, sin tiempo. Los personajes se puede comprobar, son  salidos de un viejo profesor de filosofía del derecho. La vida es un folletín sin mesura.
Personajes bufos, grotescos y desmesurados arrasan la parodia nacional, que desubica de dónde salen las frases más amargas que festivas, el aforismo romano clásico, que revive la historia
Es posible que la voz del autor, sí pueda aclararnos ese enigma. Aunque ciertos elementos en el texto, dan fe de ello.




Marco Polo
Altillo de Vilanova
9 de Agosto de 2016.





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