EL OTRO JOHN BANVILLE



ANTIGUA LUZ
Para romper el oxímoron






Un lector es impactado por un libro cuando cree haberse encontrado allí.
Cuando ese lector también ha escrito un libro y comparte elementos similares en la obra del leído, se forma una extraña comunión cercana a los límites de la complicidad.
Ser el amante niño de la madre del mejor amigo.
Uno de los temas perturbadores compartidos.
El amor que se dispara en la adolescencia sin importar ética alguna.
Rompiendo en pedazos el tabú, tan natural como el instinto.
Narrado de igual manera en primera persona. Un atrevimiento tan luminoso como la primera eyaculación.
Eso hace del libro un hermoso misterio para todos esos lectores aplastados por la religiosidad, que se niegan al negar su realidad, sin discernir que las míticas prohibiciones son verdad de vida, razón elemental del ser.
Lis con Benjamin Black

El tratamiento de la metáfora que desanda el ambiente del recuerdo, otro objeto de complicidad. El que da textura a las mismas cosas que rodean al narrador, el tinte de alegre pintura al estilo de éste irlandés no deja de hacer notar una leve sonrisa ingenua y sardónica a veces, por la inocencia con que hace que el lector aborde de manera interactiva el tema: “Sed pacientes conmigo, a través de éste laberinto de cristal”.  La  propia aparente “vivencia” del narrador. Que pocos valientes escritores llegan a descifrarla en nuestro medio. Que a lo mejor no es otra cosa que la ludolingüística compartida también.
Con la sapiencia de quien elaboró el vitral medieval de caballeros en combate, que iluminó la catedral de Chartres, nos refiere los detalles de esa relación proscrita, con todas las minucias del comportamiento de un niño con un adulto. Entendemos lo que anunciara en su conversatorio. “En el arte no cabe la ética”.

Los encuentros, el lugar secreto, el temor de ser descubierto y las explosiones infantiles o esas pequeñas venganzas ejercidas desde el derruido inodoro de la casa abandonada, donde perverso, el niño alguna vez quiso embarazarla para evitar ser abandonado. Imaginó una hija suya, la dibujó mayor.
El tema prohibido se torna tan natural para hacer posible que un niño exprese no solo sus sentimientos sino sus fantasías precoces alimentadas por un adulto.
El probable crimen de la mujer, se parte en pequeños cristales de colores que dejan pasar la luz e iluminan, como si estuvieran mas bien celebrando el suceso que lamentando la inútil censura, sin herir. ¿Apología del delito? Los medios lo escandalizarían aquí. El relato a partir del supuesto “abusado”, como se diría hoy en nuestro país, dota de extrañeza el relato, cuando entendemos que pese a sus quince años es un ser humano y nos revela  hasta donde se puede llegar para ir al encuentro del placer. De llegar a ser cómplice del placer del otro pese a la prohibición. Esa casi deseada o imposible violación de lo masculino, es lo que perturba al lector. 

Marco Polo con John Banville

El narrador ve desde el presente de Alex Clave el actor, que representará la  Invención del pasado, mientras nos va inventando este otro pasado que de todas formas ilumina. La vida del actor es menos real. Banville ha asegurado que la vida de los seres de papel, es mas real. “Son mas reales los personajes de un libro, que las personas que viven con uno”.  Y se atreven a mostrarse ante ese pueblo vigilante, religioso y sucio mental irlandés, porque al niño no le importa sino el ejercicio del placer, como si estuviéramos en la parte invertida de Navokov. Y ocurre el desdoble de la vida, la fractalidad de los cristales para el actor: “Siento como si no sólo mi yo actor sino mi yo esencial se convirtiera en una serie de fragmentos deshilvanados”. 
Otro de los temas compartidos.
Su trabajo en el cine, el rodaje, es algo inútil. Le preocupa la duplicación del yo. Es la repetición de las escenas que hacen inconexa la vida. Su cine, su teatro no será jamás descrito como el mío. Pienso ahora como lector, porque en mi evento iba la evasión. Este niño va al cine para ejercer el voyerismo a su pareja, no a penetrar en la película. Ella se la cuenta y le hace disfrutar de una mujer real, no inventada en la fantasía. Tan real como el gas que llega a compartirle.
El narrador desearía contratar una mujer para buscar ese primer amor.
Viaja con la actriz suicida hasta el lugar donde se suicidó su hija Cass y aquí une lo onírico a lo esotérico, a lo torcido de su recuerdo de infante cuando tenía una  muñeca para ejercer el aprendizaje, dotando de cierto denso sabor al relato. Incluye lo subreal que nos remite a otros libros que hacen parte con ésta novela, de una trilogía: El lugar donde murió Shelley, donde estuvo Keats. A lo mejor fue un personaje de Dostoyevski el que estuvo con su hija antes de morir embarazada.
Si, como dirían algunos críticos.
Es una novela rara. De la cual me declaro cómplice.


Por el tema tabú de un niño amante con una mujer de treinta y cinco años  que perturba al moralista pero ilumina al lector. Su fresca narración viene vuelta poesía con el recuerdo. “Solo recordamos lo que deseamos recordar”. El recuerdo es una invención. Una imperfección. Donde lugares del pecado se vuelven en el futuro los lugares sagrados que permitieron al hombre dual vivir la vida. Es el  recuerdo  ejercido desde el sino el que permite a lo humano crecer en cualquiera de las dimensiones en que pueda existir, donde las cosas pueden ser inacabadas, tener o no continuidad y ser una esperanza para poder ejercer la vida.

Marco Polo
Altillo de Villanova
Bogotá
11 de Junio de 2015.

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