NOTA EN LIBROS Y LETRAS
Lecturas compartidas
Las armas no son un juego
Por Jorge Eliécer Pardo
Las armas de juego, de Marco Polo, Trilce
Editores, Bogotá 2013, 380 páginas, es un enjundioso libro que combina
múltiples estructuras narrativas. Me introduje como en un inmenso laberinto y
me hallé devolviendo los pasos de mi infancia. Huila o cualquier departamento
donde los niños eclosionan en historias locales y regionales para dar ese tinte
universal que requiere la literatura.
Y si uno se pega a esa primera sentencia, que viaja por el libro
cuento-novela, fragmentos, poesía, canción: “estoy muerto”, se da cuenta de que
encontrará un texto sobre la guerra. Bien pudiéramos decir que el lenguaje de
la crónica intuye una serie de sucesos en tiempo y espacio, pero no es así. Las
referencias históricas, de personajes de nuestros manuales de próceres y
antihéroes, no cubre esas hojas iniciales, no. Al aparecer la voz de la
infancia, verosímil y poética, la literatura salva el avance de las iniciales
40 páginas. Y hay un nuevo nivel lingüístico en las croniquillas, en el
lenguaje de Cervantes, donde pululan leyendas de pueblo, mitos del río.
Enriquece el texto pero el lector quiere más de esos niños que somos todos y
que alguna vez vimos esos paisajes en otros contornos. Van y vienen en un juego
de escondidas, con evocaciones que tocan la piel y más abajo. Alcohol,
juego politiquería y maltrato infantil se anuncian como final trágico. Nada más
doloroso que agredir a un niño. Y nada más triste que narrarlo. Con los
fragmentos, la novela no aparece completa, los personajes anunciados van y
vienen y la estructura se anuncia en las primeras 61 páginas.
Entrecruzadas, nuevos hitos de la historia patria manidos para muchos y
nuevas para la mayoría de los lectores de las actuales generaciones de jóvenes
tan escasos en conocimientos de nuestra realidad. Sin ser literatura didáctica,
el libro podría enseñar el devenir de nuestro Estado nación, como si
escucháramos a los abuelos, en las noches de luna llena, narraciones de sus
tiempos, dolores y alegrías.
“Cuando empiezan a aparecer cadáveres tasajeados en picadillo de bocachico
en las labranzas a orillas de la carretera, quienes no tienen otra diversión
diferente del cine que se presenta en el teatro Real, o los cafés de San
Juanito asisten en grupos numerosos a observar los aparatosos y macabros
levantamientos practicados por el inspector ignaro en asuntos judiciales pero
ubicado a dedo en el cargo por el doctor Placer, desde la capital”
(pp.72).
Bien hubiéramos escrito el mismo episodio en El Líbano, Tolima, mi pueblo,
sólo cambiando algunas palabras:
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Marco Polo
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“Cuando empiezan a aparecer cadáveres tasajeados en picadillo de bocachico
en las labranzas a orillas de la carretera, quienes no tienen otra diversión
diferente del cine que se presenta en el teatro Andino, o el café Águila
asisten en grupos numerosos a observar los aparatosos y macabros levantamientos
practicados por el inspector ignaro en asuntos judiciales pero ubicado a dedo
en el cargo por Desquite, desde la capital” (pp.72).
Nos hace rememorar en el tejido de la memoria histórica, que tanto hace
falta en Colombia, sucesos que no han podio dejar en el olvido de las falsas
amnistías, perdones y armisticios. Es, lo que he venido en llamar, la estética
del horror. Trashumancia desde los ángulos de la perdida de identidad y, sobre
todo, perdida niñez.
Marco Polo no le teme a la evocación, menos a la política, tampoco a contar
su pequeño espacio de abuelos y padres, se arriesga y logra un buen libro en el
marasmo y el riesgo con el tema. Valiente, avezado y buen escritor, este
abogado sale bien librado con un libro que no solo exige sino que es guillotina
para quienes intentan abordar lo escabroso de la niñez maltratada, de los
éxodos y asesinatos, de la violencia partidista, de la sangre sin temerle a la
crónica, a la manera de Roberto Bolaño.
A veces la historia novelada de Armas de juego se susurra al oído
del lector, en primera, segunda, tercera personas. Nos dice las verdades
literarias, que no son más que las del tiempo de este tiempo.
Erotismo y descubrimiento del amor y el sexo, en los flirteos de niñez,
adolescencia y madurez.
Recrea música, literatura, filosofía, cine, política, coherencia y locura.
No es un libro facilista, de esos que se contentan con una anécdota llana y
aséptica sociológicamente. No. Es un libro digno de leerse por cucharadas: un
fragmento, cerrar el libro y hacer una reflexión. Ahí está el sentido de la
buena literatura. No avanza rápido como tantas novelas-guión, no te atrapa con
datos escondidos. Juega con todo, lenguaje, palabras, estructuras, tiempos y
gemelos, novias y amantes, asesinos y bondadosos. Rico en personajes.
Armas de juego, un texto para largos viajes y
lentos amaneceres. Así me ocurrió con su lectura. Ahora comparto sensaciones
que me dejó en su compañía.
El Nogal, septiembre de 2014
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