DOS POETAS QUE NO MUEREN EN MI MEMORIA
ANTONIO
IRIARTE
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El 13 de Julio de 1996 recibí del bueno de Antonio
Iriarte, su primera novela “El retardor
de Vivaldi” finalista en el concurso nacional de Novela Plaza y Janés de
1991 y correspondiendo a su amable obsequio, me propuse a su lectura y al final
elaboré una de mis primeras reseñas, en aquellos duros años de receso
literario, cuando mi labor jurídica me absorbía e impedía cualquiera
creatividad o labor de continuidad en la novela que también estaba elaborando.
Pero el tiempo transcurrió y no tuve oportunidad de hacerle llegar la sensación inmediata que me produjo su
texto, aunque la misma experiencia fue la que nutriría con posterioridad mi
ejercicio en Literatura y Mistela, éste el
blog, que tan solo lograría llevar a
la realidad diecinueve años después. Pero guardé el texto y hoy lo publico sin
pretender otra cosa que la recuperación momentánea de la memoria del amigo que
cambió de estado, como un texto histórico que unió nuestra amistad en el oficio
de escribir y que a lo mejor hubiera apreciado en aquella época.
Debo agregar que su deceso, produjo un gran vacío en el
alma de los escritores que hubiésemos querido seguir siendo los lectores y
alumnos de éste honrado e ilustre profesor que tan solo unos días antes de su
deceso produjo el texto DE PROFUNDIS como despedida de familiares y amigos del
cual agrego estos apartes:
“Fueron necesarios más de sesenta años –buena parte de mi
vida- para que, más allá de lecturas, algunas de una lucidez sorprendente, de
discursos retóricos, debates académicos o de reflexiones personales, me tomara
en serio la enormidad de la certeza según la cual yo, como cualquiera otro de
los vivientes que poblaron, pueblan y poblarán la Tierra, tendría que morir
algún día…
Allí sentí por primera vez cómo la muerte se agazapaba
dentro de mí, y comprendí de manera nítida la maestría de sus pasos, el
increíble repertorio de sus procedimientos, en fin, la naturaleza y magnífica
versatilidad de su oficio. Me he preguntado con insistencia por qué me dejé
sorprender por ella, a pesar de mi cercanía conceptual con la muerte a través
de reflexiones y lecturas, en ocasiones intensas, sobre el arte del bien morir,
bajo la orientación de mentes lúcidas en relación con la futilidad e
impermanencia de las cosas, de la naturaleza ilusoria de toda realidad que
habite en los dominios del que Parménides y Platón llaman mundo sensible,
frente al inteligible, del de los fenómenos frente al del noúmenos, en la
concepción kantiana de la realidad y el del Tonal frente al Nagual, en la
cosmovisión de don Juan Matus..
Así, pues, ya dejé de pelearme con la muerte. No es mi
enemiga y, espero, tampoco sea la de ustedes. Comprendí y asumí, aunque un poco
tarde, que ella, la muerte, nada me ha quitado, y nada les quitará a ustedes.
Ella, la señora muerte, hace parte del ciclo natural en el que consiste nacer para
morir. Una vez Ying, otra vez Yang, eso es el Tao”, nos enseña Lao Tse. Dos
aparentes caras de una sola y única realidad. Ritmo universal y sagrado por el
que se gobierna todo cuanto existe en el universo perceptible y no perceptible…
En cuanto a mí se refiere, una de las claves para
alcanzar tan envidiable estado de Ser, me parece está oculta en estas palabras
memorables del Poeta William Blake: Ser capaces de ver el universo en un grano
de arena, y el esplendor del paraíso en la magnificencia de una flor silvestre”.
Mi texto sobre EL RETADOR DE VIVALDI dijo así en 1996 sin
pretensiones y sin concesiones.
“Aunque no soy
novelista aún, a mis cuarenta y tantos años, la escritura de cuentos me han
dotado de algún rudimento para captar lo que he sentido en torno a una novela
huilense, sobre música clásica. Pero ni mucho menos con lo anterior, pretenderé
hacer de crítico, sino de aportar lo que he sentido al leer la novela, como el
mejor homenaje de colega y amigo a un escritor de la tierra.
Santafé de
Bogotá, Agosto de 1996
Desaciertos o aciertos.
No soy novelista.
Creo que al
titular los capítulos como apartes de una pelea de box, únicamente tiene
fundamento casi al final, en que el protagonista enfrenta la vida.
Por lo demás, es
uno de los recursos estilísticos que se contrapone al tema central exclusivo de
la guitarra clásica.
En cuanto hace al lenguaje, no puedo dejar de relacionar la extraña proliferación de vocablos,
frases y chacota del estilo de “cierto” profesor de la Surcolombiana, que
pareciera haber infectado, no solo el magisterio con su verborrea y “estilo”,
sino que pareciera ser, el alter ego del
gremio.
El ambiente de
la novela es escaso, pese a una que otra calle sin sabor a ciudad y pese al
esfuerzo por la empalagosa enumeración, como recurso estilístico también, no
logra sino hacer penosa la lectura. Y algún recurso garciamarquiano.
Que decir de la
erudición musical, del conocimiento sobre las teorías de la “pedagogía” cuando
son precisamente las anécdotas vivas las que dan el tinte poético a los logros
y salvan todo un capítulo o dan refugio a algunos pesados apartes en que se va
la mano en “profundidades”. Y claro está, el buen humor salva esos percances.
Como que la
novela pudo ser mas corta y agradable. Sin tanta sapiencia musical, pese a que
al unísono aporta un cierto agrado pedagógico que quita ritmo. Ritmo que se
pierde por el recurso del cuaderno. A lo mejor el relato en primera persona
hubiese dotado de otros elementos atrevidos a la novela, sin necesidad de
despistar, o desviar la atención del propio autor-actor de la misma.
Lo que si se
nota concluyente y válido es la magistralidad para narrar los dos aspectos del
hombre: De la derrota al mediano triunfo. El pragmatismo es válido aquí en una
novela que comienza a gustar cuando tan solo faltan escasos capítulos para
finalizarla. Me encantó por ejemplo, el reto final a Vivaldi, que justificó
ampliamente el afortunado título.
Hay choque de
lenguajes entre el “culto” y muerto, con la vivacidad que aporta el lenguaje
“estudiantil”, no el estereotipado y manido del anunciado profesor.
Las conclusiones
que tiene la novela sobre el magisterio y la clase estudiantil, son deplorables
aunque ciertas:
Los maestros
solo sirven de forma vivificadora.
Los alumnos no
desean aprender, ni ser educados en el Huila.
Los colegios son
centros de corrupción a todos los niveles.
Nuestra
educación se nutre de “maestros” sin vocación y sin conocimientos.
Nadie en éste
país labora en lo que quiere.
El diseño de la
portada es lamentable.
¿Porqué razón no
hay una sola mujer como personaje?
Es el mas
humilde de mis homenajes al libro. La certeza de que lo leí.”
JAVIER
HUERFANO
Solíamos encontrarnos en cada feria Internacional del
Libro, portando siempre nuestro ejemplar de mas reciente publicación, casi
clandestina, pero feliz.
Siempre los intercambiamos con la sonrisa renovada y la
acostumbrada dedicatoria y la rúbrica sincera.
Su voz chillona no me molestó nunca, pero intuí que por
allí vendría la parca a iniciar su ritual de hoz cortadora.
Esa frágil voz que a veces se perdía en la agudeza
extraña de querer decir mas allá de las palabras, me remitía a un algo equívoco
que precedía su apellido Huérfano,
como afligida premonición, cuando en realidad al final de cada encuentro nos
quedaba el sabor de un hombre valiente, atrevido, capaz, dotado para vivir y
redimir el mundo con la palabra y la bondad de su apellido cual sortija forjada
para un poeta.
25
La sombra
quitó
el cuerpo…
El mundo le resta
números a la muerte.
La última vez que nos vimos en la misma feria portaba su
poemario editado en su totalidad por él mismo, incluso el cuadro al óleo que
había elaborado y retratado para la portada
con su título y nombre “ANIMAL DE
VUELO QUIERO SER”.
Luego, en los años siguientes extrañe su encuentro y
alguien me refirió que estaba muy enfermo.
En la próxima feria alguien comentó que había muerto
Huérfano y ello me remitió al último poema, del último libro que había recibido
de su mano y en cuya dedicatoria había escrito:
“Para Marco
Polo, éste ejemplar del corazón, con toda mi fuerza”.
Cuatro años luego de su deceso, en éste año que
supuestamente comenzamos, lo he recordado con el poema final:
Uno se muere
Se muere uno
con la complacencia de los muros
Todos los días,
Luces encadenadas, giran, giran y giran,
Vientos coquetean a los ventanales fríos.
Afuera marchan las palomas
Sin importar el reguero de hombres.
Se muere todo con una muerte propia.
De manos piadosas está hecha la oscuridad
Y gime en el sueño roto una pesadilla,
El dolor de un peso en la espalda
No es más que una tonelada de
humillaciones.
Uno se va apagando.
Uno deja la boca sin posibilidad de besos,
Así se va la noche con sus raíces al
infinito,
Sin luz que pueda sacudir la piel.
Uno se muere
Sólo, siempre y muro
He creído buena época para recordar a los amigos, éste
fluctuar extraño de la energía en
los poetas huérfanos.
“Cuando un poeta fallece, el mundo se queda
un poco mudo. Quizá nadie recuerde su voz y sus versos. La fatalidad de
nuestros tiempos es la corta y breve memoria para lo trascendental y bello. Los
poetas anónimos escriben en el agua, escriben en el viento. Sus versos sólo
llegan a unos cuantos porque nadie les publica, nadie les vende o les compra
sus libros y hojas, entonces se quedan hablando solos o recitando a la noche.
Algún día mueren y sus ecos, casi silenciosos, llegan hasta nosotros para
recordarnos sus poemas guardados en ediciones rústicas que nunca terminamos de
leer. Como un breve ritual de despedida y sagrado adiós, entonamos un verso
para que su olvido no sea tan definitivo”.
Dijo en su momento Carlos Fernándo Gutiérrez de nuestro poeta Calarqueño
JAVIER HUERFANO.
Le debemos, la recuperación de su voz, la del verdadero
poeta.
Marco Polo
Altillo de Villanova.
Enero 10 de 2015.
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