Silva, la ironía cachaca, de un poeta nocturno.




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Es el ejercicio de la vida el que nos prodiga la experiencia de los versos.

El oficio paterno en la venta de bazar. Surtido de novedades inútiles para los burdos y envidiosos habitantes de la provinciana Santa Fe, que no podían escuchar en un verso su alma culta y viajera por Londres o París, incrédula y triste de un pensador que frente a la ruina, veía retozar la regeneración conservadora.

De sus versos de intimidades románticas, nos lleva a la infancia de los maderos de San Juan, hasta los nocturnos que grabarán para siempre su recuerdo, porque buscará que las cosas nos hablen de los hombres, del pasado, del anhelado suicida que al final con ironía descreerá sin amargura de la inocencia humana.

Me detengo entonces en Una noche, que es su  voz, dibujando la música oscura de ese tiempo,  la tristeza del abandono acompasado por la frialdad de la ciudad, nuestra Bogotá, que aún no ha comprendido al poeta vivo y que ansía el tiro demarcado en su pecho para cambiarlo de la infame tumba del olvido, al menos a la bóveda tibia de su hermana, para admitirlo como el primer poeta moderno de la patria.

Marco Polo
Altillo de Vilanova
Agosto 8 de 2.014.




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