CARLOS ORLANDO PARDO: EL PIJAO DE LOS MAESTROS CONTEMPORÁNEOS



“EL BESO DEL FRANCES”


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“La vida es una larga lección de humildad”

El siglo XIX se licúa al final de sus años, en sangre fratricida y encuentra la nostalgia de tres seres: Un extranjero Francés, arquitecto, con el sabor oscuro  del terror de la revolución francesa y la caída de Napoleón, oteando el paraíso perdido. Una mujer buscando el paraíso de sus creencias religiosas en pugna con el sabor de la vida real, frente al mas allá y el colonizador antioqueño migrante eterno de la montaña buscando la luz de tierra nueva, tocado por la profundidad de sus conocimientos de la guerra y el humanismo, coinciden en el mismo punto de salvación, del aire claro, el rio y las nieves perpetuas de la patria.

Las voces coloquiales teñidas de la poesía del sabio tolimense, desgranan profundidades en el laberíntico sabor a cuento popular, a tradición, a ficción de lo real, a mito lejano donde la guerra, el dolor, la persecución y la desolación humana encuentran cobijo en la montaña.

Salta la historia del país, con el fragor de la lucha independentista venida de Francia, de Bolívar a Mosquera, de Robespierre a Napoleón y  luego la putrefacción de la sangre hermana, perdida en el rastro coagulado de ideologías sacras o liberales en pugna.

Un Dios derrotado por el hombre, un infierno real en el llano grande y la montaña de refugio. A lo lejos cuenta esa voz o la otra, frente a la tierra para pelear la última batalla, la de su posesión. Y es el amor por encima del odio el que se impone. Las ideas revolucionarias se aplacan frente al paisaje, a la riqueza llena de vida en esos páramos melódicos con la algarabía de los pájaros que permiten encontrar esos verdes prados, o una meseta para sembrar la esperanza. Allí nace un pueblo, de forma espontánea con mediciones atrevidas. Con unos hombres sin tiempo que se hicieron sabios sin cronología.

La nostalgia de la novela, ocurre por la pérdida de lo humano, cuando el hombre no concilia, para debatir en el sosiego del campo. 

Porque la historia está llena de fechas, pero la de estos hombres vueltos oralidad y palabra, parecieran tallados en el fondo de la cueva platónica, en el ruedo familiar de un atardecer con sus taburetes recostados a la  pared, frente a las nuevas generaciones de escuchas del Tolima grande.

De los enfrentamientos, sólo queda una agonía de lo humano. Porque la tierra prevalece sobre la muerte.
Sus personajes entienden que la felicidad radica en perseverar, como la tierra.
Los tres personajes centrales de la novela lo intuyen y llegan al mismo sitio del soñado paraíso, donde  se admite la palabra y el reclamo civilizado. Como el nacimiento del derecho en ese  vórtice de tierras baldías, premio del colono. La farsa que inventó el hombre para suplir la guerra. La civilización que ha impulsado la necesidad del sosiego, vuelta ley.
La muerte es vencida en éste cuento, por lo valioso de esos hombres que procrearon un territorio para vivir en paz. Los criminales desaparecen en sus nombres al escuchar el nombre de Isidro, Desireé o Mercedes.
Y si ésta tierra fue irrigada por la incontinencia o cistitis de una monja, es porque el miedo es el patrón de vida de los colombianos hasta nuestros días.
Las costumbres, aforismos, comidas y sucesos del siglo XIX  se recuperan desde la capital a las laderas del volcán.
Así la regeneración haya sepultados por muchos años la esperanza humana, las buenas ideas de esos hombres sembrados en el Líbano, reprodujeron de forma viral nuevos gritos libertarios. Porque pese a las luchas intestinas, al menos se abolió la esclavitud y las voces de los bandos se escucharon mas claras. Y si la confrontación por la tierra sigue existiendo aún en ese paraíso, los personajes entienden que en el fondo queda la esperanza de una de las frases que el narrador tira al aire, para que el escucha la grabe en bronce:

“La vida es una larga lección de humildad”.

Si. Persistir es la felicidad. Lo he dicho en otro texto.
Porque en ésta novela, no es necesaria sino la idea que se tiene de una mujer para que se materialice en la realidad. Y si el piano no tuvo la interpretación que justificara por parte de Odilia, la odisea de su transporte, la Mona lisa  se fue dibujando y tornando en una de las realidades de la obra.

Y el clímax de la novela no se da con el encuentro de los tres, porque la onda explosiva prosigue de largo, tumultuosa y casi sin final. Es el narrador desde muchos puntos de vista que a veces interpela al espíritu de Isidro Parra en su propia sesión, la de Desirée en su agonía, en sus últimos recuerdos. Por ello quedan nudos, Deus ex machina, por allí, que a lo mejor nos hubiera gustado escuchar, como aquello del método para aprender idiomas que uso el general, sin mas academia que un año de escuela.

Porque la acción es interna, viene en las voces de primera a tercera persona y no se desliza sobre el pueblo y sus calles, sino en los paisajes brumosos del recuerdo, a la manera de la evocación de páginas, de anécdotas vueltas a referir, vueltas a leer una vez corroboradas, que van uniendo fechas a sucesos personales, para dar vida a lo quieto y oscuro de las líneas de la tradición que nutre éste gran cuento que  recupera lo oral.
El final se desgrana para los tres, bajo la mirada resignada de Mercedes, que no se porqué me recuerda dos cuentos, uno el de Gabriel García, ese monólogo de Isabel viendo llover y en Faulkner, el de la mujer que pese a estar muerta, sigue contando y mirando el paisaje por la ruta de su entierro, mientras a lo lejos persiste el aroma musical corroborando: "Vivirás mi Tolima".

Marco Polo
Altillo de Vilanova
30 de Julio de 2.014.

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