JAIDER MUÑOZ LONDOÑO

ARMAS DE JUEGO:

 

Morir para viajar en pos del recuerdo.






 

La novela Armas de juego llegó a mis manos como un gesto amistoso. Asistí a un encuentro de escritores en Ibagué, Tolima, en junio de 2019 y una de las primeras sorpresas que recibí fue la de un hombre alto y acompañado de una hermosa mujer, obsequiándole el libro a varios de los participantes. Esa acción me causó curiosidad y, al día siguiente, a la hora del desayuno, me acerqué a la pareja con el ánimo de saludarlos y agradecerles el detalle de la noche anterior. Ahí empecé a saber más sobre el autor, Marco Polo Salcedo, un huilense orgulloso de su tierra pero, crítico de la actitud de los huilenses que aún hoy, solo aceptan como escritor a José Eustasio Rivera. Porque no hay escritor que carezca de alguna filia o alguna fobia importante. Cómo olvidar los brillantes encomios de Borges por La isla del tesoro de Stevenson o los ardorosos denuestos de Julio Cortázar contra las novelas de José María Arguedas.

 

Durante aquel desayuno que yo, en broma, comparé con el de Tyfanny´s, incluyendo al autor de Música para camaleones en el largo rosario de creadores literarios que se suscitó esa mañana, supe también que Marco Polo y su esposa Norma Liliana Campo, más conocida como Lis, han viajado a muchos destinos, intentando conocer en la realidad lo que la ficción les ha brindado como embrujo en las páginas de los muchos libros que han leído juntos. Así supe del viaje a Illiers Combray, en busca de Marcel Proust; del viaje a Cuba, en pos de Leonardo Padura, el escritor de El hombre que amaba a los perros o, a Buenos Aires buscando a Borges, y de otros recorridos memorables cuyo propósito es acercarse con el deleite a la cuna de sus autores más queridos. Este objetivo me hace pensar en el poeta holandés Cees Nooteboom y en su esposa Simone Sassen, quienes realizan largos peregrinajes en busca de lo mismo, de esa esencia que, en principio se cree, está en el lugar donde un escritor nace o vive o muere, pero que, en realidad está dada por otros ingredientes vitales como las lecturas, los aprendizajes, la comprensión de La condición humana como quiere André Malraux pero, sobre todo, en las heridas y en los fracasos que otorga cada día la maestra vida y que son los que, finalmente, cuecen una obra de relieve, altura y profundidad.

 

Me acerqué con curiosidad a Armas de juego, intrigado primero por su título que me parece muy sugestivo y lúdico. En las primeras páginas me enteré que es la historia de dos niños: Milione y Piro, oriundos de dos pueblos del Huila, quienes intentan mediante un vasto fluir de consciencia, reconstruir un gran caleidoscopio de episodios ocurridos en esa geografía magnífica, mientras uno de ellos agoniza al recibir un impacto durante una manifestación estudiantil.

 

El comienzo es impactante y tiene todas las trazas de un drama cinematográfico. Creo que Marco Polo, que es un cinéfilo refinado y exigente con sus gustos, rinde de alguna manera, a través de la obra escrita, un homenaje a sus directores más amados. Arriesgaré algunos nombres al respecto y, lo más seguro es que en esa enumeración también vaya inscrita mi propia admiración por algunos sublimes creadores del séptimo arte: Orson  Welles y el Ciudanano Kane, Billy Wilder y Sunset Boulevard, Akira Kurosawa y su Trono de sangre, Liliana Cavani y el Portero de noche, el moroso Luchino Visconti de Muerte en Venecia, el vertiginoso Hitchcock de Ventana indiscreta, el John Huston de La noche de la iguana, el Andrei Tarkovsky de El espejo y Michael Curtiz con su impecable Casablanca, entre muchos otros. En esas primeras páginas, repito, la acción es delirante, llena de una fuerza y una vitalidad que me hubiera gustado que recorriese toda la estructura de la obra, mientras uno de los protagonistas huye en busca de sus recuerdos.

Pero quisiera, sin tratar de imitar los giros y los recursos de los directores ya mencionados, volver a una referencia hecha más arriba. Marco Polo intenta y, tal vez con suerte, reconstruir los episodios violentos y dulces de dos pueblos huilenses, mediante la lúdica de sus jóvenes protagonistas. Para lograr su propósito nos hace saber que los dos poblados comparten un color político particular y que ese es el sello que los diferencia. Entonces, los Tacuinis de los barrotes verdes y los Tacuinis del pueblo azul (los Tacuinis son cuadernos de adivinación china y los nombres conque el autor nombra las dos partes en que divide su obra) se elevan como dos comarcas enemigas en lo político pero hermanadas y amigables en su origen, en su cultura, en su visión del mundo, en su ética y en su estética porque lo comparten todo. Creo que ahí su autor nos deja ver con nitidez el perverso juego inventado por los dirigentes políticos colombianos para hacer combatir hasta la eliminación física a sus propios partidarios, disfrazando una verdadera filosofía de muerte a través de dos colores, fomentando el odio entre los pobres y los humildes, mientras los poderosos y bien educados se alzan con el botín y se consagran como la casta dominante.

 

En pocas palabras, es la absurda historia de Colombia, cuyo transcurso ha servido para acrecentar los privilegios de unos cuantos apellidos ilustres y condenar a la pobreza y al desarraigo a millones de seres que no parecen tener ningún valor para un estado corrupto y demencialmente obstinado en no aceptar que 50 millones de colombianos deberían tener una segunda oportunidad sobre esta tierra de primera.

 

Es significativo que Marco Polo hubiese escogido personajes infantiles para su ficción en lugar de personajes de mayor edad y calado como ha sido usual en la literatura universal. Tal vez sea esta una manera de hacernos caer en la cuenta de que la guerra que por siglos ha vivido la nación colombiana también ha golpeado a los niños, que ha hecho de ellos un botín y ha sembrado en ellos su germen para que la guerra se siga reproduciendo cuando sean hombres y mujeres mayores. En últimas, el más retorcido recurso para que la guerra nunca termine.

 

Cualquiera podría creer que poner personajes infantiles en una obra es más sencillo que poner personajes adultos y en ello va inscrita nuestra propia ingenuidad, el erróneo concepto de la inocencia que manejamos los adultos, justamente cuando ya hemos perdido esa parcela de paraíso admirable que es la inocencia. Creo, sinceramente, que los personajes infantiles poseen una gran complejidad para su manejo y exigen de los autores una gran destreza, una poderosa intuición y un sentido del equilibrio y la sobriedad que no siempre las musas están dispuestas a     conceder.

He admirado profundamente la finura y el rigor con que Mark Twain teje a Tom Sawyer y a Huck Finn y el acierto con que los pone a vivir junto al Mississippi, pero aparentando siempre una gran espontaneidad y una tremenda sencillez. Serán los lectores de Armas de juego quienes juzguen si Marco Polo recibió o no el don de las musas que reseñé anteriormente.

 

La obra se compone de una serie de relatos titulados, como si fueran cuentos independientes y que, de alguna manera, pueden funcionar como tal, pero que aquí actúan como el ensamblaje de las piezas de un rompecabezas. Cada relato resalta las cualidades, los defectos, las burlas, las enseñanzas, los variados modos de observar el mundo por parte de diversos personajes característicos del Huila y para ello y para afianzarse en el texto y en la realidad, hacen uso de un lenguaje frecuentemente coloquial. De igual manera la música, el cine, los dichos y refranes populares, los juegos secretos están aquí para subrayar la pertenencia a un lugar específico del mundo: la tierra opita, esa tierra tan celebrada en las composiciones de Jorge Villamil Cordovez.

 

Formando parte del tejido más interno de los relatos que nutren y conforman la obra, he encontrado unas pinceladas absolutamente magistrales que, en mi caso y también podría ocurrir con multitud de lectores, remiten a escenas del pasado campesino de Colombia, en los que la belleza, el brillo, la descripción y la mención misma, conectan con un mundo que tal vez las nuevas generaciones encuentren desconocido pero que durante décadas alimentó la imaginación de sus padres y abuelos: “la vuelta del cacho”, “el broche escondido por el pastizal”, “el brinco del gato”, “los altares que la lluvia pulió en la roca”, “el diablo es el guardián de los tesoros”, “el misterio de los bufidos del toro negro”, “el rejo de enlazar”, “el patio de los naranjos”, “la aguja capotera”, “el libro teñido de noche”, “la casa gris de los espantos”. Las vivencias que suscitan estas imágenes son de una gran riqueza y un enorme poder de evocación.

 

Finalmente, he escogido como título de este texto el nombre que Marco Polo Salcedo ha puesto a su novela, seguido de una línea que su esposa escribe en la contraportada del libro y que, me parece, es la mejor forma de celebrar dos vidas que disfrutan desde dos orillas distintas pero complementarias de la creación estética (la escritura y la lectura / el escritor y la lectora ) la fiesta y la pasión que constituyen el acto de escribir.


Bogotá D.C. Febrero 20 de 2020

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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