Julio Suárez Anturí


La 40 Sur





 

Desde la visión del niño de 10 o 12 años, se dibujan sucesos de un barrio de la ciudad. 

Nuestra ciudad.

 

La inicial parte dulce de la vida de una familia de provincia en la ciudad cosmopolita, que pese a la dureza notoria a lo largo del libro comunica vida al lector, que puede regresar otra vez a la 40 sur, del barrio Quiroga donde también vivimos algunos años; mucho después del relato que nos recrea Julián o una omnisciente voz.

 

Y la alegría inicia con la adjudicación de la vivienda, por un sorteo y los primeros muebles que son fabricados por  los dos varones de la casa. Que se ubica allí, donde sucesos oscuros de la historia mellan a dentelladas la ilusoria felicidad de la familia.

 

Una balacera al regresar del colegio donde el “Robin Hood” de aquellos años pudo enfrentar varios batallones. Un mitin donde la madre lleva de la mano al narrador para que presencie la manifestación de Camilo Torres que muere en combate días después.

La muerte del vecino que jugó con los infantes a los clásicos juegos de la época. 

Y hasta en la última página la alegría se transforma en muerte.

Porque aún el amuleto que detenta uno de sus amigos, es la cabeza reducida de un indígena amazónico que constituye un falso talismán para los que deben abandonar la ciudad y aún la vocación militar de un familiar, no es otra cosa que la enumeración de bandoleros de los partidos oficiales que procuran la muerte que cabalga de venganza en venganza por la patria.

 

Mediando la historia, de nuevo vuelve al relato la forma como se adquirió la casa y en el recuerdo del niño los sucesos se contrarían con la fragilidad de la rememoración, pero es hilo unificador en las páginas del libro, con lo que ya se contó, y con lo que reitera de feliz su testimonio.

 

No se explican los motivos de dos historias que ocurren fuera del barrio, para los hermanos que deben estudiar internos y las vacaciones finales que terminan como siempre con la muerte, como si toda la historia nacional se redujera a esa maldición.

Porque otro de los sucesos importantes de una familia, cual debiera ser el matrimonio de la hija menor, ocurre sin padres y con el desmayo del personaje principal. 

La tristeza entonces está a la espalda de cualquier alegría para estos ilusos personajes que pretenden sonreír, porque ni siquiera la felicidad con Mercurio, llega al esplendor, cuando es la muerte del animal también, la que ilustra esa dura parte de la vida de un niño, como resumiendo en el propio hogar la catadura de seres que hemos sido los colombianos plagados de violencia en el alma.

 

Y ni siquiera, los buenos deseos de producir algún centavo para ayudar a la familia, se constituyen para el niño en situación feliz, se hacen pestilencia, que remata en el libro con la muerte del abuelo mientras recrea una guerra, la de los Mil días, sepultada en la oscuridad final.

 

Pero si Julián regresó a la infancia y nos llevó con él, también estuvimos allí,  y otros, que fueron luego compañeros universitarios, nos enteraron de la existencia de pandillas, de jóvenes con cadenas y chaquetas negras en motocicletas, a lo mejor surgidos de alguna película rebelde, que nos permiten justificar la dura decisión  y el sacrificio económico de una madre para recluir en el internado dos de sus hijos. 

A los mejor no existía aún por esos tiempos, la hermosa tienda de compensación familiar donde se conseguía vino chileno y la alegría nos venía con un “Gato negro” que colgaba del sello de la botella y que podíamos beber en copas “Arcoroc” con grabados finos importados de París. 

Fueron otros tiempos, seguro, los de especiales alegrías para los que vivimos luego, a ocho cuadras y a una década del narrador de éstas historias.

Porque regresar a la infancia o seguir con ella en nuestra vida de adultos, es necesario al momento de hacer cuentas a la vida. Cuando debemos mirar en la lejanía del tiempo o la distancia del sur, la carencia de esas iluminaciones que nos permiten entrever una esperanza.

 

 

Marco Polo

Altillo de Villanova

Septiembre 9 de 2020

Bogotá D.C.

 

 

 

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