MILCIADES AREVALO



EL VENDEDOR DE ESPANTAPAJAROS

OXIMORON DE POETA



En sus 14 relatos con música in crescendo, logra desvanecer la metáfora en la aturdida algarabía del dolor llegando a la mitad del texto, la luz extraña de un amor al que nunca llegaron sus palabras, y enhebra de historia nacional su ensueño. 

Y allí viene la historia que da nombre al libro y como antecedente, la vibrante fotografía que nos conmueve y nos permite elucubrar, entre el nombre de “vendedor de espantapajaros” con su contradictorio y nos persuadimos de que fue un lapsus de narrador y que lo que deseó, fue bautizar al padre como el “hacedor de espantapájaros”, el creador de todos esos seres casi oscuros que luchan por no borrarse de la historia, haciendo el esfuerzo de reflejar solo un asombro fundacional, el de un niño que pule con palabras lo auscultado de su dolorosa experiencia.

El libro tiene una total coherencia entre sus historias, con relatos que parten de la infancia y nos dejan ver las mujeres cercanas al Argiro invocado por el poeta amigo, iridiscente de metáforas recién aprendidas,  que crecen como la vida y se acostumbran al dolor de una patria, alejada de la ciudad, con los muertos, las injusticias y las necesidades, creando nuevos tropos con el viento y el rayo que van cediendo al final a la crepitación del incendio violento del país, no sin antes intentar enfrentar al gigante con la honda, para resumir esa necesidad de catarsis para el autor y de purificación para el lector ávido cuando nos detenemos en cada historia como lo hicimos.


Recordar a la maestra, la madre o la amada, en un acto sagrado lleno de prodigios para el infante narrador. 
La muerte del canario para la profesora y el intenso verano evocan con sus canciones, el amor. Ese amor que era otro sueño resplandeciente que en la danza, como un anciano de sal que trae con él la lluvia.

La fantasía en cabeza de un niño, me permite auscultar al hombre que en su madurez, habiendo trasegado por las generaciones del boom y post-boom, posibilita el regreso a la única patria de los poetas, para dotar de recuerdos sus últimos escritos llenos de melodías desde la visión infante que todo lo ve lleno de prodigios, con ello, con el deseo de ejercer la fantasía a lo mejor difuminando  su realidad con la magia, el autor intenta ponerse a paz y salvo con su propia historia nacional y justifica las carencias y barbaridades de una época.

La mujer que lava la pobreza en el río, pese al invierno, conservó sus ojos y su hijo le prestó los suyos  para verse otra vez infante o feliz.
Una madre también es un ser de la fantasía, en el amor infantil, mientras pueda mirar el mundo en las pupilas de su hijo.

El pueblo la muerte y el amor se unen en la febrilidad y se tornan en pájaro con nombre de mujer.

Era un pueblo pobre, pero tenía mago. El tío de Argiro, que subasta la suerte y Adelfa logra dos. Al final muere pero regresa por la negra suerte de su sobrino.
Y la magia va y viene, cuando se elabora algo positivo que se convierte en incierto vórtice de fragores de sueño.

Los relatos comienzan a ser tan metafóricos como el espanto, tan inasibles que la muerte no importa y los personajes casi saltan de la voz del narrador donde su palabra casi ríe del lector, o de sus propios familiares incrédulos y obtusos, mientras una densidad mortecina acumula las páginas.
Es la metáfora desaforada que cuela la historia nacional en el velo del sueño, el dolor y la ironía.

La extraña historia de amor, de la que la amada nunca se entera, dota al libro de la luz que faltaba y hace brillar aún el rígido color negro  de su propio féretro que casi vuela con las palabras de amor que llevarían las cartas que no llegaron.

Cuando Argiro se acerca a lo religioso descubre el poder sobrenatural de su abuela con bola de cristal, y es maltratado por el cura, debiendo aprender el credo de su madre, mientras ve arder en llamas la iglesia con el futuro de miseria y muerte sintiendo el abandono paternal.

Ahora, creemos que la historia que da título al libro, frente a la impresión de desolación que impone la fotografía antecedente de la familia campesina, con dos niños y el rostro incrédulo de la madre junto al descomunal varón, son los que le dotan de cierta contradicción vigorosa  la verosimilitud de la historia que se cuenta, porque la fotografía congela y reinterpreta lo vulnerable del abandono campesino, acercándonos más a un mundo todavía mas cruel que el de la propia historia narrada con el desamor de Aurora.
Allí es donde pensamos que tiene más sentido poético “el hacedor” que el vendedor.
Para ese padre que hizo de sus críos unos oscuros y desolados niños, perfectamente miserables, que por ningún motivo y pese a que Argiro es “regalado”, no llega a ser vendido, como los muñecos que se supone feriaba su padre. Porque ese hijo desde la oscuridad está para relatar su ausencia, con la única voz que su padre ahuyentaba, la de los pájaros.



  
Los que habían abandonado el pueblo por la violencia, se reencuentran: La mujer aún la ejerce con el revólver al cinto, pero los dos participan de sus fantasmas y ya el narrador ha adquirido el oficio de su padre, su oximorón, al ejercer la narración de los sucesos de su patria, por el doloroso arte de “vender espantapájaros”, labor contradictoria para el poeta que ama la voz de los espantados.

Este Milciades heredero de poetas y narradores poetas, rescata la memoria histórica pero a la manera de sus brujas, “unta” su realidad de magia.

La última desesperación es vender el gallo, que no solucionará nada, como aquel Coronel sin nada en las manos, pero Carrasco lo sigue y destruye su tabla de salvación que los vuelven desplazados.

La crueldad de saber que fue regalado, es mas cruda aún, al ocurrir el día que llega el obispo al pueblo, para tener que soportar el abandono de todos siendo el primero el de la madre. 
Hasta la abuela los abandona, y luego Arcelia su hermana escapa a la ciudad, Carrasco incendia el hogar y el pequeño devuelve el ataque con su honda que lo ubica en el lado frágil de la guerra.

La muerte del padre, es asumir el legado que ejercerá para contradecirlo,  como lo lee en palabras del poeta y hace visible recordando al oscuro Kafka y la belleza, con el regreso de los pájaros a la tumba del padre para citarlo, “¡Pobre mi padre! Desde niño me había enseñado a cazar leones, pero yo amaba a las fieras” 



P.S.

“El vendedor no es otro que un vendedor de libros que siempre fui, especialmente en la costa y en la Feria del Libro”

Cordial saludo M.A

Fue la frase que me sorprendió del autor, cuando lo enteré de estar escribiendo la reseña de su libro y de que necesitaba de él un video leyendo apartes, para Literatura y mistela, y  como ya tenía casi a punto la nota, me remitió ahora a todos los interrogantes que nos hacemos al momento de escribir y entre ellos los clásicos de por qué escribir, o para que escribir.

Como lo manifesté en el texto arriba, tuve mis dudas con respecto a la veracidad del autor frente al que lee, sobre todo en cuanto hace al título del libro y precisamente a la duda que surge al momento de elegir el cuento para dar nombre al texto total.
Porque su aseveración nos remite a la misma paradoja Proustiana al negar la importancia de la biografía del autor, expuesta por Sainte-Beuve.
Por lo tanto admitiendo lo dicho por Clinton Ramirez C, “que es el libro más personal de Milciades”, en cuanto a su historia biográfica y la de su país surgiendo en resiliencia perpetua, nos resta lamentar el lapsus, al cambiar el tono poético por el de la revancha de la vida con su titulo. 
Contradictorio con la reseña que ya había escrito con mi mejor deseo.
Porque el Milciades de hoy, lo sé, acogió la voz de los pájaros, para dejar de vender los muñecos sin vida. 
Interpretó su oximorón.

Marco Polo 
Altillo de Villanova
Bogotá D.C.
17 de Febrero de 2020




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