WILLIAM OSPINA



GUAYACANAL 

O la obligación de seguir el cuento








De fotografías, del cuento de Josefina y del rotundo y personal recuerdo de sus abuelos reconstruidos desde el sepia de la memoria, el poeta se atreve a reeditar un mundo infantil despedazado al que quiere con tanta pasión regresar. 

Ese regreso se hace una pesadilla, que se hace poesía, la de los colores, sabores y sonidos de la infancia que a veces salen de entre la nativa vegetación, los riscos del barranquero, el Guarumo, Manzanares y otros nombres que se negaron a dejarse cambiar por curas de la regeneración, o de melodías que de una cantina volaron a la guitarra del padre y que se obstinan en señalar el camino del regreso hasta el atrevimiento de recordar el futuro.

Como es natural la prolija descendencia de los paisas, nos inhibe a ir pegados a los nombres de tantos descendientes que pueden pasar de los setenta, con sus mujeres jóvenes, listas a la reproducción y tanto nieto y bisnieto de los que tan solo nos queda al final la anécdota que se multiplica para trata de unir esos pedazos de aventureros que se hicieron un lugar, un país al que el machete también hirió de sangre, entre la fronda del Gualí y el Guarinó y que los oscuros e indeseados pájaros grises acrecentaron a ríos de sangre, bien debajo de los puentes caídos, y los valles y los desbarrancaderos hasta donde no solo los antepasados del poeta fueron urgidos a buscar su pedazo de tierra, así fuera entre la oscuridad y el miedo del frio y la niebla que se volvió cicatriz de la patria.

Si, es probable que la historia tenga por centro a Rafaela y Benedicto y que quien aporte más sea Josefina, pero es el despedazado recuerdo el que ilumina el trazo de historia que se nos recupera y nos estimula a crear más historias a su alrededor como si estuviéramos de nuevo reunidos en torno a la fogata del tiempo, para espantar el frío y el miedo a tanto muerto que se nos revive en  la muerte de Santiago, sin que el dolor permita ocultar el grito del terror, las lágrimas femeninas y hasta la arrogancia de imponernos con la verdad, de la forma más escandalosa como puede hacerlo un poeta y todos los colombianos, con esa palabra que no puede seguir siendo comprada si se pronuncia, arreciando contra el poder de la historia oficial de la misma forma como los colombianos resilientes, salen de la violencia y tenemos la obligación de seguir contándonos para entibiar y dar luz al olvido.


Marco Polo
Altillo de Villanova
Bogotá D.C.
Septiembre 3 de 2019

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