CECILIA CAICEDO JURADO DRA. EN LITERATURA



Verdes sueños
(Apostema paradojal de la región)






“… el primer grito de independencia  de los verdes sures colombianos se promulgó en Túquerres, en una iglesia, junto al nicho de las hostias consagradas. (…) allí se consagró la primera rebeldía política”


Entre la crueldad de la colonia y la actitud mansa del indio, surge de las cosechas y la imposición de un Dios flagelante, la mitología del trigo para la hostia y la necesidad de resguardarla dentro de un arca que luego serían las capillas que remendaron la capital, sumisa a la monarquía pese al grito que se quedó congelado como nombre del departamento al denotar el arrojo del prócer y ofrecer su cabeza que dejó pasmados a los pastusos.
Iglesias, trigo, hostias  no para liberar, sino para someter.
Un hombre, contador de historias y una mujer nos cuentan ese pueblo reproduciéndose  celularmente: Manrique y la vividora de ilusiones. 
Su inicio zigzaguea entre la dura poesía del pan y la mansedumbre de la esclavitud y la virgen del mandil.
La historia se centra en la rebeldía de Rosa, Dominga o Francisca Aucú o Manuela Cumbal, que en 1800 resolviera por su propia mano castigar a los Clavijo que recaudaban la mita, la alcabala y los estancos dejando sin qué comer a sus hijos.
Eso ocurre de forma paradojal entre las creencias terrígenas y el supuesto mestizaje tardío de blancos borbones, de fijosdalgos y de los herederos del cante jondo que:
“Se comieron las mejores indias, las más bellas, las más fuertes, las que tenían los dientes afilados y una cuca soberbia, copulosa, firme y envolvente”.
Porque esa raza nativa de mujer siempre tuvo poca elección y solo tenían que obedecer.
Y aquella historia se compara entonces con la entrada de Sucre a la tierra el 24 de Diciembre de 1822, que produce la masacre de lo mejor de la sociedad y la violación de sus mujeres, que de la boca del héroe pueden escuchar llamarse pendejos, por estar atados a la costumbre de vivir un aislacionismo que los tiene más unidos a España.



La relación de Agualongo, mestizo con las hermanas Malahora y su carrera militar al servicio del rey en la que llegó a coronel, lo elevan un tanto del indio torpe que se tenía en mente, porque era seguidor de Obando el realista y a la postre, cuasi hermano de Hercilia la monja bolivariana, que siempre soñaría con su teniente y su hermana mayor como sus ídolos. En esa extraña y dual racionalidad, no resultaba tan obtuso seguir al rey que al corso invasor de España? Es la misma racionalidad de seguir considerando “amitos” a sus esclavistas, para conservar el pírrico valor de sus propiedades frente a la revolución francesa. O simplemente es la misma rebeldía de la india Aucú al momento de reclamar el respeto a la vida de las mujeres, de los indios y de los blancos.

La noticia de este libro es la historia de una ciudad sobre todo, la ciudad de los pastusos, que debe soportar la paradoja del deseo de libertad que viene desde el centralismo de la Nueva Granada, que por lo tanto casi ni permea a estas gentes curtidas de azotes y de esclavitud hincadas, obligadas a sembrar trigo y tubérculos para fabricar hostias que al final se pudren con gusanos, antes que llegar a admitir la caída del gobierno realista.

Sus personajes, desde la humilde aguadora, las panaderas de gloriosos amasijos, la servidumbre que pretenden ser marcados por algún historiador como “ no esclavos” sino empleados de los españoles,  saltan por los azotes, pero siguen llamando “amito” a su cruel señor.
Es la religión pegada a la piel levantada en girones del pastuso, la que no le permite sino ver la liturgia de la mansedumbre a lo monárquico, al blanco y poderoso que se negó al inicio al mestizaje pero llegó a ser parte de la piel del oficial realista Agualongo quien asume la defensa del inexistente poder de Fernándo VII.

Por eso la paradoja no se diluye luego de la lectura de “Verdes sueños”, porque sigue pegada, obtusa, filuda y atroz como “apostema” de contradicción, con su tierra de esperanza verde, confundida con el poder agusanado de los otros, que es lo que interesa al final a la autora al blandir su voz desde la región pastusa para hacerla visible, incluida en la realidad nacional. 

Marco Polo
Altillo de Villanova
Agosto 13 de 2019-09-05 B
Bogotá D.C.

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