LAS VIDAS POSIBLES
En la violencia nacional
El
bosquejado inicio de la novela, no nos permite saborear mas que el mismo
regusto de siempre por nuestra violencia. Esta vez en un colegio de uno de los
barrios invisibles de la ciudad de Medellín, la Comuna 13, donde lo único que sale como voz mediática es su
intestina guerra.
En
un país donde de forma difícil se puede laborar en lo que elegimos, el oficio
del docente se vuelve un ejercicio absurdo, sobre todo para quien es un
investigador de historia quien tiene en plena ebullición ideas y teorías
salvadoras y que sabe que no llevara a la práctica mas que en sus citas
perfectas y sus conocimientos profundos, que procrearán solo la sorna del mundo
actual. Sin solución alguna, ni siquiera para su propia vida. El profesor de
formación académica o no, es reducido a un cúmulo de frases inertes salidas del
pensum ideal, frente a la realidad humana del alumno que lo oirá pero no llegará a escucharlo.
La
separación, el abandono que también sufre el profesor Heriberto, lo remite a su
interior, lo desnuda y permite que de sí comience salir esa otra parte del
complemento masculino. La mujer que todo varón lleva dentro como la única forma
de seguir siendo rebelde y tachar su propia identidad formal del
convencionalismo del poder en la ubicación del género. La situación es una
apariencia formal que solo desnuda hasta la última frase de la novela.
La
vida frente a la teoría.
Para
qué el cuento, sino para apaciguar la historia real de unos seres escindidos,
aislados de lo normal. La literatura ha perdido su calidad de salvadora cuando
lo humano está descentrado y por fuera de los moldes epistemológicos. Para qué
los consejos o las frases filosóficas en un mundo sin dirección. Si el caos es
la única camisa de fuerza del hombre, del joven actual sin identidad alguna,
sin voz.
Por
eso la novela va de la teorización antropológica, al ejercicio vital de un
profesor con mas problemas que sus alumnos.
Nos
parece que se fraguó en un guión real. Con todo y fondo musical que cuenta lo
que quedó de un barrio que no logra aún pintarse, sino como una transparencia
para los colombianos. Al cual no logramos visibilizar, porque al tiempo, somos
parte de la misma violencia.
Y en
lugar de la frase inicial, podía haber iniciado la novela con la frase fría:
“Madre acabo de matar un hombre.”
Que
es todo el comienzo del desarrollo de la historia.
Pero
la historia es nuestra, pese a que los rituales
de su elaboración nos sigan insistiendo en la negación de todo:
“Nada es realmente importante para mi.”
Y si
se admite que sólo Freddie Mercury es
el único que puede “transmitir el vigor y
templanza espiritual”, viene la negación rotunda en las frases con la única
voz que al final tienen los jóvenes de la comuna 13, el Hip-hop que les permite revivir su duro imaginario con mayor
fortaleza que el cantante hindú:
“(…)
en el parque había una rueda en la cual
nos montábamos y había un señor que nos daba vueltas hasta marearnos. También
recuerdo que una vez estábamos jugando y yegaron unos señores encapuchados por
el muchacho que estaba en el parque haciendo ejercicio y lo mataron en frente
de nosotros. Tambien recuerdo cuando nos hibamos a estudiar, que nos tocaba
pasar por una cancha en donde tiraban todos los muertos.”
Como
si esas voces infantiles apenas estuvieran saliendo del closet histórico a
romper las prohibiciones inocuas de una sociedad sin poder aglutinante. Para
contar sus historias con Lalo Cura, perseverando
en la realidad de Vallejo, vueltas todas una sola voz, la de Jacobo Cardona Echeverry.
Es
la novela que acaba de ganar el primer premio de la Bienal de Novela “Jose
Eustasio Rivera” de Neiva, en 2014.
Marco
Polo
Altillo
de Villanova
Bogotá
D.C.
Marzo
13 de 2013.
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