MARCO POLO presenta ARMAS DE JUEGO en la feria.






                                          http://www.youtube.com/watch?v=c_xA5jEh2Io



Queridos y deseados lectores:

No nos asusta, el encontrar en un libro colombiano, una ranchera, un pasodoble, la banda musical de una película recordada.
Que fluyan por las líneas como la tinta del recuerdo.
Al intentar un libro en la era de los Hikikomori, un autor no puede dejar de soñar con lo interactivo y desear la complicidad del lector, para  jugar.
Como en ese blog de “Literatura y Mistela” que inauguré en 2.011, el libro es el escritor que habla y quien se muestra en su esencia y figura al que lee o al que escucha.
El juego debe comenzar por tanto, revaluando la “magdalena” de Proust por el sentido del oído y aquí será la música la que nos hará evocar con mayor facilidad. Sin elaborar nueva teoría. La que nos pinte los recuerdos.
Recuerdos que pese al sonido serán colombianos.
Al comenzar la década del setenta, un adolescente rescatará para su hermano la memoria del pueblo. Esa, que a lo mejor nos aclare la causalidad de la guerra sentida de reojo por dos niños, con pueblos, madres, amores y rencores duales, donde la rebeldía a lo mejor surja de las “ARMAS DE JUEGO” que fabricaron para intentar la felicidad.
Eso es este libro.
Va tejido en pequeñas historias que pretenden entrelazar esa explicación.
La forma buscada es simplemente el instante del recuerdo total. Ese instante que trae todos los recuerdos. Entonces unirá las viejas historias a las nuevas.
La idea de llenar el recuerdo vacío de un hermano, es la idea de sacrificar la vida por entregar “el testigo” a quien seguirá la carrera.
La forma de hacerlo a lo mejor, es lo que fuera el comienzo de la novela moderna en el mundo. La reunión de pequeñas historias a la usanza italiana de 1355,  que originó  “El príncipe Galeoto”,  el novellino, que ésta vez es el libro de los juegos que son armas.
El mundo de las armas de juego.
Las armas de la vida.
Que se van descartando folio a folio, como las capas de una cebolla, hasta llegar a la primera historia, la oculta. La  que las origina.
Y en ese juego de descarte está el mundo a recrear, a fijar, a recuperar para el hermano.
Para el lector cómplice.
Lo cual es todo lo poético que ofrenda el que escribe.
Porque no sólo existirá en la explicación total un tema, una dirección, un tipo de narración. Estará la vida contenida pero fractal, como cada recuadro de comic. Desde el primer instante del erotismo consciente a las eufemísticas  directrices de los educadores y padres hasta el nacimiento de la ideología.
Y allí la tragedia del poder y la miseria, cercenando un debido desarrollo, arrojando lo humano a la insular soledad del autodidacta del mundo. El barrio sitiado por la sangre y los primeros muertos de verdad, sentidos como la familia en esa tinta roja de un tango.
Eso o los libros y frente a los libros.
Los que se dirigen al niño con dibujos.
Las monumentales y casi ilegibles obras mayores sin dibujos, sin pausas musicales, la “storyboard” secuencial, la de los comics que al sonorizarlos son el cine.
Con los procaces aforismos en labios de una oscura mujer que  estimulará la lucha. Serán unos héroes condenados a la anonimia del siglo veinte. La incredulidad y la angustia.
Cada recuerdo abrirá una acción consecuente. Y se podrá percibir la naturalidad del desarrollo de lo humano en dos mundos, que son dos pueblos con sus leyendas y mitos y canciones. Donde la gemelidad de los protagonistas nos llevará por los senderos del otro. Y donde el desafío de las teorías de la novela juegan a desmitificarse, con el juego del quehacer literario desde los ojos del niño adolescente, anodino narrador y rebelde.
Y habrá una alusión para cada autor querido y la intertextualidad llenará de alegría al que escribe y al que recibe lo narrado y la figura de una mujer deslizará las oscuridades del mito adolescente y se jugará a lo prohibido, a la transgresión, y se sentirá la perturbación para la catarsis, como muchos temas universales del libro. Y los pequeños amores truncos serán la verdad de la búsqueda.
El encuentro con el desamor comenzará a ser la única respuesta.
Y si en lugar de llorar, el autor lleva de la mano a buscar una sonrisa, no es el facilismo de lo humano el que lo impulsa. Es la complejidad del ser la que enternece para volver lo oscuro claro, lo denso luminoso, las pequeñas miserias de lo humano una realidad. La disfunción de ser. El acto de fe al firmar como colombiano con el credo roto.
 Y tratar de divertir con el libro, es uno de sus objetos.
Morirse en primera persona como quiere Fernando Vallejo, con el poder evocador de la música mas profundo que el de una “madalena”, rindiendo cuenta de lo que más pueda el recuerdo, con el ritmo colombiano de la prosa.
La premisa que quizá se cumpla con éste juego de armas.
Con éste escaso “príncipe Galeoto” ahora, de éste servidor. El Marco Polo no Veneciano, el huilense que quiere volver a construir con el lector:
LAS ARMAS DE JUEGO


MARCO POLO

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