JESUS MARIA STAPER NOS CONDUCE POR UNA
CARRETERA HECHA A
MANO
El
poeta nos lee sus versos de espaldas a lo convencional, a cierta gramática del
verso, huyendo al posible lugar común del Haiku.
Su
primer verso no busca rimar un terceto, ni encontrar asonancia con el verso
siguiente.
Con
la lectura de algunos de sus poemas
vamos entendiendo que el poeta nos lleva a rebuscar dentro del verso
mismo, una mayéutica que ilumine desde el interior y trate de saciar con alguna
verdad al lector, como si estuviera haciendo versos en prosa.
Que
no son greguería porque carecen de hilaridad al remate. Ni pretenden ser
aforismos porque desechan la brillante ilusión de la cita.
Es
una prosa que arranca en el verso y se pierde en un tenue relato, una historia
que el objeto cuenta de si.
La
ironía del poeta que ha caminado largo trecho, sin volver sus pasos, se aleja
en lo nuevo para crear un camino, que quiere elaborar con trazos de otros seres
a veces despreciados de lo humano, que el poeta llama, trae a cuento para
dialogar y concluir en otro tiempo
similar al de su propia voz.
Las
cosas inanimadas saltan a su lado y
juegan a crear otra filosofía, donde la arrogancia de la persona, vuelve a ser
su propia máscara empeñada en el diálogo que le aporta la experiencia del
pincel; diálogo urdido con lo inanimado con apariencia de figura y color.
Si,
el primer verso no busca cobijo siquiera en esa coma que separa el tono de la
voz del poeta y el sentido de las cosas, como si estuviera dejando en borrador
el dibujo, para que el lector lo concluya.
El
poeta nos lleva al fondo de su creación para que dentro de ella revolquemos una conclusión, más difícil, más alejada
de lo real.
Stapper
el poeta, nos enseña un nuevo silogismo sin premisas para que nos atrevamos a
auscultar en introspección permanente sus trazos de colores, sus sonidos de
piedra y hombre que ha aprendido a ser tolerante con la luz de una estrella, con la eternidad
del silencio, con el punto final de la incredulidad.
Sus
poemas, narración de las cosas, me recuerdan a Florisberto Hernández, aquel
uruguayo que casi dotó de vida lo inanimado para no cosificar su narrativa poética
y vivir, hablar y sentir de las pequeñas fantasías que le comunican las cosas.
Marco
Polo
Altillo
de Villanova
Bogotá
D.C. Marzo 31 de 2016
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