Juan Gabriel Vásquez




Canciones para el incendio

(Cuentos)




Descubrir zonas ocultas de lo humano, de ninguna manera correspondería a inventar.

El ejercicio que ya ha realizado Juan Gabriel Vásquez, actual premio Biblioteca de Narrativa colombiana, al lograr una profunda mirada a sus propios textos como si viajara con “un mapa en blanco”, nos acercan a su objeto en el oficio de escribir mucho más cercano a Proust, que al alarde de la comparación con Dublineses, con que se pretendió justificar la premiación de su libro.

Esa aceptada naturaleza intrusa del voyeur, no solo en cuanto a su ejercicio sino al del otro, que lleva atado al lector a su propio intento de visión interna, nos une en el concepto a Vásquez, mucho después de haber superado la ojeriza que señalaban sus premios sospechosos, leyendo su ultima novela, que tanto nos permite conjugar con nuestro propio punto de vista.

La ambición desesperada e ilusa de poseer la memoria de los otros es una de las razones por las que escribo

“Los grandes libros nos interrogan; nos ponen a prueba, y suelen ser despiadados en su franqueza”

Son dos frases que me hermanan al escritor premiado y me integran a su objeto del por qué se escribe, en ésta generación a la que tengo cabida por no haber pertenecido a la del boom, con todo el ruido que escucha el mismo autor en idénticas redes sociales.

“Las ficciones que persigo son las que recuperan para nosotros, por lo menos durante el tiempo de nuestra inmersión en ellas, el valor de esa desgastada moneda con la cual comerciamos todo el tiempo: el lenguaje”.

Son esas ficciones plagadas de esa consciente imaginación, las que nos convierten la experiencia en conocimiento del otro y del mío.

A eso apuntan sus canciones para el incendio, que hemos procurado diseccionar con nuestro ejercicio humilde y sencillo como acometemos la obra clásica o la ópera prima del amigo, en la certeza de lograr para si mismos el aprendizaje o certeza de nuestra búsqueda.



Mujer en la Orilla:

Si la clave para tomar una fotografía era escuchar la historia del retratado, entonces la autoridad para tomar la foto al final estaba cubierta por el relato que antecedió al accidente.

El resto es insinuación. La insinuación es el cuento.

Y en ella el fondo en penumbras de lo que está obligado el lector a conocer. Si no vivió en éste país debe limitarse a lo escaso del jeroglífico de la propuesta.
De lo contrario desfilarán por su imaginación las posibilidades de nuestra guerra absurda, con masacres, violaciones y secuestros.
La encriptación utilizada por Vásquez dota a su primer cuento de lo que tanto buscábamos en una época  del texto literario.




El doble:

El dolor del padre que ha perdido su hijo, se materializa en éste cuento, con una hermosa historia de la soledad, la amistad y el abandono.
El desamparo que obliga al que sufre a suplir y transformar su dolor en otra creación,  para no tener que asumir el duro calvario de la admisión de la partida, de la muerte que de todas formas debiera llegar para el hijo, que no acepta por innatural, ni se asume sino con la culpa ajena. La falta de duelo, la incapacidad de aceptar lo natural de la muerte puede crear el oasis oscuro de una fingida forma de derrotar la muerte cuando aquella estalla en carcajadas.
El tema  querido por Borges se recrea aquí en nuestra fachada nacional.
Al fondo lo ridículo del sacrificio de los jóvenes en el cuento inane de la guerra.


Las ranas:

¿Es cobardía o certeza desertar?
¿Hacer parte del Batallón Colombia es un honor o un hedor?
¿La guerra de otros peleada por ignorantes?
Igual que hoy con los uribistas.
¿Y vender ranas era un oficio superior al de soldado?

Las malas noticias:

Que aterradora forma de llegar a “poseer” la esposa de un amigo. Que aunque simpatizaban, o por ello, le fueron infieles.
La muerte es la noticia detenida para lograr el fin propuesto, antes del seguro rechazo.

Que amistad la de un piloto gringo, la deslealtad.

Que frialdad la de los mercenarios para probar la carencia de valores y la alharaca del consumismo vuelto realidad.
Soldados que no lo son. Ejerciendo de salvavidas en las playas españolas.
La frivolidad de los modernos soldados norteamericanos carentes de ilusión, imaginación y sentido.




Nosotros:

El valor de las redes, permanente para lo negativo, fugaz para lo feliz que no permite la incógnita de quien huye y que aclara con detalles a fondo la inútil intimidad.

Aeropuerto:

Lo falso de la ficción y la realidad unidos en la oscuridad posible de lo diabólico.



Los muchachos:
La violencia que se prolonga hasta los muchachos como la impronta de una época, donde la sangre era necesaria como color. 
Un “tira” y la mujer del magistrado unidos es el motivo para tratar de acabar la vida del hijo del policía.
De otro modo el relato es solo la línea remendada de los sucesos oscuros de nuestra violencia  reciente de final de siglo y del comienzo del nuevo donde imperó a la luz pública la sombra del posible  jefe del mismo Escobar, Uribe.


El último corrido:

Un extraño relato, sobre la crónica de unos interpretes del corrido mejicano en gira, donde el vocalista pierde la voz.





Canciones para el incendio

Hermoso. La oscuridad de nuestra violencia nacional se ilumina con la fluencia de un personaje de la historia y unos franceses que debieron soportar la ignominia del atraso.

La forma como plantea la historia, como urde hilos de historia y presente es una formula mágica para inmiscuirse en el dolor desde la investigación. Esa necesaria participación vivificante que nos exige la apropiación de la primera persona para aportar vida, para vivificar la memoria histórica del pueblo.

Por allí se está desarrollando  la literatura nacional de nuestros días.

Abrazo emocionado la tristeza de sus personajes que hoy reviven el caos nacional y señalan nuevos gobiernos en la oscuridad de otra podrida “regeneración”.


Marco Polo
Altillo de Villanova 
Bogotá D.C.
Marzo 18 de 2019.





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