HEIDER ROJAS

Los asesinos silenciosos

Entretienen con violencia








Profesión escritor, tira, investigador de escritores. 
Sueño o Pesadilla.
Es una loca historia con objeto en apariencia desconocido, desarrollada  como una novela negra, atiborrada de descripciones y vivamente detallada como una pesadilla que se parece al sueño y este a la realidad de dos noches y tres días, como las promociones vacacionales para los puentes festivos y que debe su existencia a los talleres de literatura dirigidos por algún izquierdista.

Así se inicia esta “entretención de la violencia” con base en la realidad nacional donde la trama toma al lector como una ficha de su ajedrez y lo obliga a ser un atento observador, antes que cómplice del crimen que casi no aparece.

Lo que si aparece es la ciudad. Ese personaje oscuro y doloroso, en aquel lugar divisorio del sur y el norte, en la Hortúa, donde los universitarios vitalizaban su residencia en el ejercicio de salvar vidas, siendo críticos del régimen, que afuera, la violencia oficial y el narcotráfico desvalorizaba. 
El ojo avizor del escritor, regresa sus pasos a ese tortuoso camino de sangre para pintar con ella un bosquejo obligado de esa época de rebeldía que aún no pasa.

Es notoria la manera consciente como el autor, pretende llevar al lector de la mano hasta el final de la historia, utilizando cuanto recurso esté a su mano para irlo incluyendo dentro del imbroglio de una historia que incursiona en el ejercicio de la salud nacional teniendo al hospital, como centro y personaje de su relato, para utilizar el ejercicio o conocimiento médico en la elaboración de toda una jerga policiaca que también da tintes de sarcasmo a cada uno de sus capítulos vueltos la epicrisis clínica del personaje central.

La apariencia de sencillez nos va incluyendo en el torbellino descriptivo, para ubicarnos en el mundo surreal desde la historia ficcionada,  que se condensa en la oprobiosa realidad de la historia nacional reelaborada con ese gusto cinematográfico y ese lenguaje de época, tan rayado o sometido al ruido electrónico de esas cintas magnéticas que se hicieron populares y ahora vivenciamos en el recuerdo.
De inmediato y al estilo policiaco nos presenta su personaje principal desde la omnisciencia de su cine personal, la obligada rijosidad del joven y el nacimiento mediático de una nueva guerrilla.

Entonces llegamos a concluir en un atrevimiento: Gamba es el primer escritor “tira” de nuestra literatura. 

El cargo que le propicia su medio hermano, es nada menos que para ejercerlo durante uno de los períodos más oscuros de los gobiernos nacionales, el de Turbay Ayala que generó nuestro actual estado narcoparamilitar.

El ejercicio del tira Gamba, será para ubicarse en el seno de los escritores y realizar la “inteligencia” que requería “El estatuto se seguridad” que elevó de nuevo a delito, el solo porte de un libro de Marx y que tenía como colofón ser procesado en Consejo Verbal de guerra, precedido de tortura y sin un debido proceso, aludiendo a la defensa de una seguridad nacional, que no era otra cosa que el advenimiento de un nuevo macartismo, continuado por el “seminarista matón” jefe de las faKe News de nuestros días.

La infiltración a los escritores, se inicia al Taller de Eutiquio Leal, luego se reitera a Luis Vidales y termina con la del nobel de literatura que avisado logra huir del país. Motivo que evidencia la acción torcida de Gamba a favor de los intelectuales librepensadores y que propicia el que sea puesta en duda su labor y que a ojos del lector se hace caricaturesco y surreal.

La úlcera de Gamba, es una primera carcajada que puja contra el género de exclusiva novela negra que más parece una enfermedad de apariencia oscura, similar al gobierno nacional y al M19, que nos llevará a resolver el asunto quedando nudos sin atar, u objetos inconexos que pulsan el cerebro insomne del personaje, que lo hacen ir y volver a un hospital sin concretar nada, porque la monja y la enfermera solo aportan mas misterio, cuando el lector trata de ubicarlas allá o acá entre los informantes, debido al desastroso análisis mental del investigador que no sabe el real objeto de su presencia  en el inmenso centro de salud.
Seguramente que algo aclara, llegando a las primeras cien páginas, cuando  El Perro negro, que no es el de Stevenson,  es quien administra la “Mylanta” a Gamba y lo hace viajar por un divertido capítulo de sicodelia.

Si analizamos los nombres de los personajes, estos son una cualidad, o un defecto, o un apodo, pero  con una goma especial, son nombres pegados a la jerga que determina el discurrir de la novela negra. Mas si nos produce risa, o se hace agradable la farsa y la realidad a veces cuando el relato es sin sentido, como la escenas con la monja. Su tono, irregular, engañoso nos remite siempre a la caricatura, al desparpajo o cinismo de ese “Boogi el aceitososo” de Fontanarrosa.

Se trata de denunciar la corrupción hospitalaria, de penetrar la subversión del M19, o de encontrar a algún famoso médico? 

A veces queremos llegar al nudo, a la cima de lo pretendido. 
¿Porqué la enfermera quiere regresar? ¿Cual es el misterio de la monja que persiste? 

Porque casi desaparece el objeto de Gamba en la Hortúa y ellos nos va llevando a la confusión entre los personajes de la ficción y los cinematográficos del recuerdo y se va incrementando en el supuesto “Tira”, hasta mostrarlo como un delirante, saliendo de una pesadilla entre el sueño y la vigilia o como un atrevimiento de las películas de Mel Brooks que escapa a caballo de la pantalla en medio de las sillas del cinematógrafo. 

Giovanni nos va a aclarar que él si pudo distinguir al “Tira” por su falso nombre de “Gabriel García” como se le identificara inicialmente, que así lo llamamos también, con conocimiento de causa. Y porque no fuimos sus “amigos” como tantos pretenden serlo, y ni siquiera sus émulos al momento de intentar una historia que se desbarranca como una carcajada.

Era muy fácil detectar al “Tira” y para el  ex policía lo fue.

En esta novela negra sin muerto por investigar, el relato a veces se hace  largo y perverso como creer agente 86 a la monjita. 
Pero es esa sonrisa de la mitad de los labios, de la comisura, con la mirada sesgada de algún investigador de los veinte, que luego llegó al cine a irradiar su ingenioso cinismo, la que el autor quiere recordarnos.

¿Una amenaza con sufragio es todo el asunto?
¿El tira es una disculpa para recontar la historia nacional?

El ex policía y Gamba se unen para realizar el falso positivo sobre las vacunas para el M19 o la guerrilla. 

Aquí nos viene a la mente la fotografía del autor, en la solapa del libro hablando por teléfono, casi como un agente de caricatura encubierto en una cabina de Londres.



Pero la caricatura se pierde aquí. Porque los tiras reales son antipáticos.
La crisis se aproxima y la literatura se hace un doping con úlcera, un revoltillo para dorar lo surreal.
La historia se va haciendo interminable y nada que salta su solución, porque esa tiene que ver con la droga, y a esta altura es el mismo autor quien lo  admite “ en las pesadillas era normal que las cosas se dilataran”.
Viene la persecución inútil y luego los disparos. 

Desde el sábado al lunes sin dormir, es el tiempo de la novela. 
Pero no estaría bien contar como se desata el nudo y por ello solo mencionaré la palabra CAPGRAS.

¿Si lo quieren matar, para que?
¿A quien benefician con su muerte? 
Era un vago, un delator a medias.  
¿Por no cumplir su trabajo y dedicarse al sexo? Eso no es motivo vital.
¿Por estar dentro y saber mucho y poder llegar a cantar?

Una novela negra al revés, donde no se investiga a los criminales, que son los propios investigadores.
El autor nos obliga a investigar, todos los porqués sobre el tira escritor.
No hay crimen, muertos , asesinados, sino en los dos últimos capítulos. 
Pero a lo mejor uno de los muertos, solo está en coma y revivirá para otro futuro escrito entre el Maldito Gato Maullón, o Fritz y la caricatura nacional.

Marco Polo
Altillo de Villanova
Bogotá
Mayo 6 de 2018.

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