BUSCANDO A LEONARDO PADURA

La Habana, rostro centenario de joven  memoria





Un perro sato blanco, es el timbre de la casa de Leonardo Padura. Es pequeño y nos evita tener que obturar el botón que no termino de encontrar frente a la reja, de la cual no logro leer aún que entre un par de líneas metálicas está el nombre de la propiedad que debiera ser ostentoso, “Villa Alicia”, pero es casi invisible. El can con su belicosa algarabía logra atraer a uno los habitantes de la casa y notamos en contraluz la figura oscurecida de Javier. 


Sale a la luz de la puerta de la sala y se regresa unos segundos. Nosotros esperamos. Ante la reja de la puerta que da a la calle de un color azul claro, desvanecido sobre el metal y atrás Lis que graba la escena. Al final le enuncio que venimos de Colombia a conocer a Leonardo Padura. El me dice incrédulo aún, que no se encuentra. Le digo que ya lo se. Pero que traigo un obsequio y que si es posible pasar. El perro ha dejado de ladrar comprendiendo el cruce de palabras a que hemos llegado con su amo.  Entonces nos hace seguir y nos ubicamos en la sala, en donde con premura le voy dejando ver el brillo albo de la portada de ARMAS DE JUEGO y en el que de inmediato comienzo a suscribir una frase con la dedicatoria para LEONARDO PADURA. Y pasan unos segundos para entender mi equívoco, al escribir en la dedicatoria el nombre del hermano, llevado por las dos sílabas del tono, de Gabriel. 
Su nombre verdadero es Javier, quien asume la simpatía del cubano en su rostro e ingresamos en un diálogo acelerado, de presentaciones, de su hermandad, de su ejercicio del arte y comienza a señalar sus propios cuadros sobre la pared.



Hago igual, le comento que fue EL HOMBRE QUE AMABA LOS PERROS el que me tiene allí, sobre todo porque es la idea que tengo al escribir mis propios libros. El rescate de la memoria histórica del pueblo. Luego hablamos de que allí vive con su madre y en el segundo piso habita Leonardo Padura y Lucía López Coll su cuñada, ahora de visita en Colombia en el “Hay festival”. Le digo conocer el suceso y le cuento como fue de equívoca la situación, cuando nos dijeron iniciar el tour por Varadero, lo que nos daba la opción de poder al final estar en la Habana y con suerte llegar a conocer personalmente al escritor a su regreso, calculado para el miércoles. Luego, el nuevo cambio de itinerario que solo nos dio esta opción. 
Pregunto por la madre y Javier equívoco ésta vez, nos dice que está perdida por ahí, lo cual nos remite a pensar que eso ocurre por su edad. Que luego nos la presentará cuando aparezca. No sabemos si está perdida en la casa o en el barrio, pero entendemos que la madre de Padura, Alicia Fuentes, es bastante mayor y seguimos a Javier por toda la casa improvisando la presentación de sus cuadros en cada una de las paredes, sobre las que nos va explicando, ser menos famoso que su hermano o de las implicaciones tan vastas de la cultura que inciden en nuestra obra, que nos dotan de características universales a veces impensadas, cuando le pregunto por Wilfredo Lam y sus cuadros.

De repente aparece la madre y nos deslumbra de inmediato con su habilidad, lucidez e intelectualidad, con su sonrisa y su caminar erguido aún, y no podemos evitar volver a la historia de “Juana La Cubana”, a quien fuimos a ver la noche anterior, como se lo habíamos contado a Javier, “Juana Bacallao” la menciona con elle,  quien pese a sus noventa y tres años, escuchamos cantar y bailar en un ruinoso club, junto con otras ocho glorias de los cincuenta. 



Algo de nuevo nos punza para entender como ha sido esa Cuba misteriosa y eterna, los rostros de los personajes en la ficción, los rostros de la Cuba real y los rostros de la Cuba en la historia, todos utilizados por Padura en sus libros. El uso del rostro de sus centenarios habitantes que sorprenden de juventud, de memoria.


ALICIA su madre tiene 88 años de edad y desde el dos mil trece perdió a su esposo Nardo. Le encanta que haya repetido el nombre completo de su hijo LEONARDO DE LA CARIDAD PADURA FUENTES. Le alegra dice, no haber olvidado el apellido de ella, como suelen hacerlo en los medios de comunicación. Nos habla de sus solicitadas correcciones a los textos de Padura, para que cambie “las groserías” que repite o para que las suprima. Nos cita sus propios platos, como los que menciona Padura en sus novelas, las que prepara la madre del “Flaco” a los cuatro amigos en la serie de Mario Conde, el existencialista y decadente investigador que refleja su ciudad en el rostro. Del cual Javier manifestó que los vecinos preguntaban muchas veces por él como si fuera un familiar que los frecuentara. Sobre todo luego de “Paisaje de otoño”, cuando resuelve retirarse de la policía y comenzar a ejercer como vendedor de libros de segunda. 


La madre de Padura habla de cada uno de sus libros, le pide a Javier que encienda la lámpara sobre la mesa del comedor, para que permita mas luz a las tomas y fotografías. De la historia cubana, de los jóvenes que perdieron la costumbre de casarse, por eso alaba la pareja que hacemos con Lis desde hace 25 años. Al abrir el libro que obsequio a Padura, se refiere a la frase de Eco que sirve de epígrafe a la segunda parte de mi novela y dice que es la misma idea que escuchó de un tío hace muchos años. La repite procurando cierta limpieza de la escatología que encierra. La que hace referencia a que “los hombres no aman sino el perfume de sus propios excrementos”. 
Cuando observa “Armas de Juego”, el obsequio para su hijo, desaparece momentáneamente del comedor donde estamos sentados y aparece luego con un viejo ejemplar de “Adiós Hemingway” y  “La cola de la serpiente”. Yo le insinúo que escriba en la primera página su dedicatoria. Ella le pide a Javier que le traiga las gafas que tiene en la jaba. Ella lo hace como la madre de Padura y lo suscribe con el 28 de Enero, equivocando el año con  el recién pasado 16. 




Habla de su tierra y su esposo recientemente fallecido, nosotros, de Colombia a donde los invitamos, pero ella dice que no desea salir de Cuba. Javier en cambio acepta como buena idea, un posible encuentro en el Huila, en Bogotá, en la Mistela y nos relata sus salidas a USA, donde se encuentra el tercer hermano. 
La madre y Javier lamentan que nos hayamos cruzado con Leonardo, pero que estará de regreso para el miércoles y que llamemos por teléfono para intentar un encuentro. Nos cruzamos los teléfonos y Alicia emocionada luego de departir el tinto, casi al despedirnos, dice que siente que somos otro par de hijos. Haciendo alusión, seguramente, a Lucía y Leonardo, vinculados totalmente con la literatura y el cine. Eso, cuando nota que tomamos fotografías y grabamos el encuentro. 
Luego de larga charla en la mesa del comedor, donde hablamos desde Gabriel García a la Guerrilla, la paz y el comienzo de nuestra desgracia con melenudos que no eran los Beatles, a donde Javier lleva cuatro tacitas de café cubano de muy buen sabor que un dominicano le obsequiara en Miami y nos cuenta, que “Caliente, escaso y espeso” es la característica de su bebida. 

Entonces Alicia vuelve a salir del comedor y regresa con un libro aún empaquetado en plástico y dice, éste si es para que se lo firme Leonardo, se trata de “HEREJES”. La abrazamos y le agradecemos con un beso el segundo obsequio. Hablamos emocionados de cómo hemos podido llegar a conocer a Padura a través de sus propios libros, como si siempre hubiésemos sido amigos. 




En el antejardín, a la salida, Javier detiene nuestra partida, contando la historia del día en que un “camello”, una guagua hechiza de doble joroba, se metió casi hasta la sala, por lo que por previsión resolvieron hacer la reja y  el muro que antecede la puerta de la entrada. 
Pese a no encontrar a Padura, hemos encontrado la esencia de sus páginas y volvemos al taxi de “Rollei”, el conductor con nombre de cámara alemana, que hoy descubrió por unos colombianos, la existencia de MANTILLA, un barrio hasta donde podrá llevar nuevos turistas que amen los libros.







Marco Polo
Altillo de Villanova
Bogotá D.C.

Marzo 15 de 2017

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