A TRUMAN:

Lealtad para Perry Smith







Con la evidencia de la actual homofobia nacional que ha tumbado un plebiscito,  regresa a mi recuerdo aquel atisbo velado de la infancia. La predisposición a copiar costumbres e ideologías, éticas y políticas como las del rechazo a los afeminados en los cincuenta, cuando ellos mismos con sus actitudes, denotaban no solo la inseguridad del ejercicio de su contrariado sexo, sino cierta exigencia de lealtad hacia los mismos homosexuales que  invadieran sus hábitats y su extraña forma de pelear sus dominios, con la chillona voz de la época y cuchillas entre los dedos, para rayar al enemigo o enemiga, (Aquí si vale la inclusión de género) por la espalda.
Ello, proyectado desde la relectura de un viejo libro.

Confieso que hoy defiendo su derecho constitucional, como la paz, y estimo la valentía de nuestros Vallejo y Álvarez, escritores de profunda visión humana y atrevida pluma, que critican además, las posturas amaneradas y aflautadas  de ciertos elementos de colegaje, o la carencia de la primera persona en ciertos escritores, que los hace “dioses”.

Entre la literatura y el cine, he podido ir reconstruyendo un tanto, la volátil personalidad del autor de  A Sangre fría que se ufanaba de ser “alcohólico, drogadicto, homosexual y genio”.
El trecho de vida, al lado de su colega Harper Lee, la de “Matar un ruiseñor” y la película de su biografía, representado por el recién premiado y fallecido actor Philip Seymour Hoffman, que también junto a Marilyn Monroe en la película y en la vida real frecuentaban The Factory de Warhol y vivían toda un época de excesos y libertinaje.


No puedo reprimir mi ejercicio laboral, al recordar cómo en los noventa, el ya nobel, tenía abiertos todos los procesos penales que quisiera, sin reserva de sumario alguna, cuando el suscrito que ejercía como Fiscal en Bogotá no podía,  siendo funcionario, acceder a los mismos, sino mediante una providencia legal que ordenara la respectiva inspección judicial. Así fue como experimenté, que nuestro escritor pudiera relatar uno de sus libros menos merecidos, “Noticia de un secuestro”, que contó con la felicidad mediática, para contribuir a la virulenta adquisición por los ávidos lectores, incluido yo.
Su suerte, la de tener amigos poderosos y ricos desde sus inicios, era desconocida hasta hace poco por mí. Y con ellos pudo acceder a los pequeños y grandes rotativos de la época e ir cultivando la crónica con cuartillas pagadas, que luego insertara en cada una de sus historias que lo hicieron testigo y parte de los relatos que todos conocemos casi a la usanza del autor que hoy estamos tratando de reseñar, y quienes conservaron siempre la distancia de “dioses”, para disimular su fortuna y brillar como los reales genios que fueron, insertados por la historia en su capacidad de seguir los rudimentos de la novela francesa y su tercera persona.
Excepto, en Gabriel García, por su “Vivir para contarla” una de sus mejores obras, donde se vuelve un hombre común y corriente el escritor. Y aquel, “A Sangre fría”, que va y viene como la historia casi presencial del periodista en primera persona, que cae en cuenta que sigue siendo “dios” y vuelve a contar con la voz del otro.

Porque creo, es lo que necesita mi país.
Lectores. Más lectores,  que sean luego más escritores de carne y hueso, que ayuden a recuperar la memoria histórica del pueblo y nos alejen del analfabetismo y que lleguemos a la misma proporción desarrollada de Holanda, donde de dieciséis millones de habitantes, un millón son escritores. Pero repito, escritores que fueron y sigan siendo lectores en lo fundamental.
No necesitamos más Dioses, ni la obligación de seguir arrodillados a dictados decimonónicos. Requerimos la memoria histórica verdadera de cada uno de los colombianos para salir del pasado y en el presente formar el futuro para la paz.




En su novela más conocida, Truman Capote logra la amistad del investigador y la de uno de los criminales, “con quien sostuvo cierta relación”, bajo promesa que al final no cumpliera y  lograr de primera mano, relatos, puntos de vista y fondos síquicos o historias del desarrollo de la personalidad de los asesinos.

Y aún así, de todas maneras no fue atrevido para decir, voy a contar la historia que como periodista pude llegar a oír y ver y sentir. Mucho mas interesante que aquellos capítulos fríos transcritos directamente del sumario. Se nota su temor a delatarse como el narrador actor. Como el verdadero periodista que logramos detectar, pese a su ingenio para esconderse en el libro.
Al menos, para que la novela tuviese  esa personalidad de quien “Vivió” y no naufragar en esa media tinta de saltarín de puntos de vista, entre el yo y la tercera persona, que el autor no logra difuminar.

Para mi, la obra debió ser mas punzante, que éste relato a veces robado al dicho de los testigos directos. Cual lo hiciera nuestro nobel escritor excepto en el prólogo de la citada obra.
Les faltó verraquera.
Claro, Capote reclama para sí, ser “el inventor” de la novela de no ficción.

A Sangre fría” el título de la novela, tiene hoy para mí dos connotaciones, con las que se atragantó mas de una vez Capote al ser interrogado por Perry, su amigo, quien iba rumbo a la horca.
Cuando aquel le preguntara en varias oportunidades por el libro que estaba escribiendo y por su título y su presentación en público que fuera por entregas.
El autor lo engaña. Se niega a admitir que le ha colocado como título, “A sangre fría” como el dedo señalador que dejaría sin esperanzas al criminal.

A sangre fría si obró Truman Capote, para seducir a Perry Smith y crearle expectativas de su ayuda en la defensa y de sisar, desde su escaso relato de confesión, hasta los íntimos diarios que usurpara para escribir la novela. Su ayuda nunca llegó, pero eso sí, fue notorio el fusilamiento de cada una de las palabras del reo ad portas   del cadalso.
Gracias a su sangre fría para engañar a los dos condenados, pudo escribir esta novela, a veces tan helada como su calculo, para que sus áulicos la registraran como la novela real, una nueva forma de la novela para el mundo.

Pese a todo, cotejada la novela con dos películas, la original del crimen, con idéntico título y la mencionada de Hoffman, tengo aún, la imagen del ojo aguado de “Capote” en el actor y el señalamiento que le hace Harper Lee, por haber abusado tanto de la intimidad de uno de los condenados.
Pero repito, el relato carece de la compasión y compromiso con lo humano, cuando el escritor se niega a colocar allí, su yo y su pecado.

Porque si hubiera sido consecuente, debía haber publicado en primera persona “A sangre fría”, pero persistió en seguir usando la acostumbrada tercera persona, para  encubrir lo que al final todo mundo llega a descubrir, cuando en apartes no tiene otro recurso que hablar del “periodista” y procura hacer hablar y usar las frases directas que le aporta Perry Smith.

Esa hipocresía del escritor es la que repugna, su falta de lealtad, la que me ha devuelto algo de la prejuiciosa visión de infancia, la que resalta como actitud no ficta.
Como abogado y como escritor, cincuenta y un años después, quiero reivindicar a favor de Perry Smith al menos, su derecho a la lealtad, a su intimidad. Falta la confesión del engaño por el amanuense de su crónica. 
Carece aquel de compasión.
Defender ese pequeño reducto de derechos, que un condenado también tiene y que no debieron ser violentados y usados con engaño, por la indolencia de un escritor “dios” de los que no necesita mi país rumbo a la realidad de la paz.


Marco Polo
Altillo de Villanova
Bogotá D.C.
29 de Septiembre de 2016




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