HECTOR ABAD FACIOLINCE
Que se anegue la
tierra de los pobres
“la ficción es casi siempre copia de la
realidad, o es exageración de la misma, o disimulo de lo que sí ha ocurrido…”
H.A. Faciolince
H.A. Faciolince
LA OCULTA
Los
llanos del ganado y el arroz. La selva. Las vegas que bordeaban el Magdalena de
plátanos y cacao, el gran valle del Cauca poblado de caña, los pequeños
remiendos de papa y trigo, no están en ésta historia nacional.
Sólo
los farallones y breñas surcadas al final de cafetos. Una exclusiva zona del
país.
Cuando
la madre muere se desintegra la familia. Con su muerte comienza a desaparecer
la tierra.
Esa
inasible magia que han rumiado los colombianos al comenzar su crecimiento
productivo, la raíz de un hogar, la casa paterna.
Esa
tierra siempre esquiva y mentida en reformas agrarias, en manos de una escasa
estirpe de propietarios.
La
tierra, la obsesión y la vida de descendientes judíos o palestinos que se
tornaron arrieros y luego se afincaron en una casa campesina con doce hijos a
recolectar el café y que al final fue una casa campestre de recreo, para reuniones familiares de fin de año.
La
vida de los “paisas” del suroeste antioqueño unida como cordón umbilical a una
finca con la historia fantasmal de varias generaciones que desde el siglo XIX
propusieron un destino rural para la patria y que conservaron no solo la
propiedad familiar y el ideal conservador sin que la guerra pudiera derruir o
cambiar la tradición.
Tres
hermanos cuentan la historia de La oculta. La finca, la tierra: Esa
“tara” que algún día el viento se llevará.
Las
personalidades de tres hermanos cuentan sus contradicciones, que estallan
dentro de la familia y que son toleradas solo por la tierra de los padres como
única conexión con el paraíso perdido. Ni la violencia, ni la guerra, ni los
gustos sexuales diversos logran la fractura. Están hermanados por la genética
de la tierra, por la historia del aroma de la montaña.
¿Al
final solo los negociantes lograrán escindir el misterio de la tierra?
Este
es el recuento de ese dolor, de la nueva y probable pérdida del paraíso, que
sólo la mujer condenada a ser propietaria eterna, debe seguir detentando, así
sea con el pedazo de tierra donde yacen los huesos de sus padres.
Es
probable que la mayoría de los colombianos, nunca propietarios, no entiendan ni
la nostalgia, ni el dolor por esa tierra que se pierde. Pero de una u otra
forma hemos pasado alguna temporada como transeúntes de toda nuestra geografía,
que es tierra de otros.
Desaparecidos
los abuelos con su casa paterna, las viejas casonas de bahareque de los pueblos remotos comenzaron a caer
divididos y fraccionados por el ladrillo de la modernidad. Las rencillas por la
propiedad, acabaron familias enteras o permitieron la muerte del abuelo
ancestral.
Las
vegas de nuestra infancia irrigadas por el Magdalena han sido condenadas a la
inmersión del Quimbo. Ahogada a la fuerza por un presidente corrupto, propietario como el
mayor terrateniente.
Pero
su tierra ubérrima y su tradición siguen incólumes.
Que
se anegue la tierra de los pobres!!!
La
oculta, es la historia de la tierra de los paisas, que Héctor Abad Faciolince
nos cuenta en coro de tres voces, con la vida interna de una historia de
Antioquia, que no es desconocida y que se extiende por lo que conocemos hoy
como zona Cafetera.
Pese
a carecer del vigor visceral del “Olvido
que seremos”, es una historia de sus ancestros mezclada con la veracidad y
el atrevimiento de esos diversos matices que tienen nuestras familias de hoy. Y
la frialdad de ese equipo que el autor reconoce haber intervenido en su historia,
la alejan un tanto de ese cuento apasionado que aún recordamos sobre la muerte
del padre.
Marco
Polo
Altillo
de Vilanova
Bogotá
D.C.
Septiembre
11 de 2015.
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