Los muertos parodiados por Rosero.
Con
la certeza de mi incredulidad en los premios literarios, ahora y siempre,
avistando el trasfondo de artimañas, intrigas económicas y amiguismos, me di a
la tarea de leer las 203 páginas de Los Ejércitos
de Evelio Rosero, la novela premiada por TusQuests en 2.007, incluída por Arcadia en sus “Cien años de realidad”.
Y
busqué su calidad de no “panfletaria”, de “sugerente”, o la imperfección de las
personas y el vicio público y sus
pequeñas tragedias.
De
entrada nos lanza a la lubricidad de un narrador, que decir voyerista es poco.
No sólo compite con otro niño por ver los calzones de su compañera de juegos, al final casi todas sus mujeres son niñas. Excepto la esposa Otilia y
la del Brasileño, a quien no tiene que espiar porque vive desnuda. Un pueblo surreal es el comienzo de la
novela, donde no ocurren sino escenas eróticas que pretenden cautivar al lector.
Viene la reconvención de su mujer por haber vivido espiando niñas, cuando ha
sido toda la vida un profesor, ahora pensionado y con la afición viva.
Un
caso clínico.
El
primer hecho sobre la posible narración es la conmemoración de la fecha en que
secuestraron al esposo de Hortensia Giraldo, hecho irreal que termina en baile.
Primer campanazo que nos alerta sobre las pretensiones del escritor. Crear un
mundo surreal. O de verdad intentar como dijo alguien un mundo neorrealista sin utilizar a Rulfo, en un pueblo donde los
nombres del mismo, y los personajes son designados a la carrera, como si no
hubiera habido previo estudio, o una verdadera fuente bautismal. El realismo se
borra y comienzan a notarse los baches de la improvisación. Personajes vivos
que pasan de los cien años y son secuestrados casi por error, como una “panadera”. Nos ponen sobre aviso en
la improvisación de un mundo que nace resquebrajado.
Como
es mi costumbre gloso al borde del libro hacia la página 60:
"Un
irreal maestro rijoso, nos cuenta la casi irreal existencia en un pueblo donde “los ejércitos” se llevan aún los pobres como
la panadera, no se sabe con qué objeto. No se sabe como es que la gente dura
mas cien años y dudamos de lo que pudo enseñar el maestro narrador, a las
niñas, que crecieron sin saber que éste era un enfermo voyerista y se
refocilaba en sus prendas y sus vestidos levantados y su vecina ahora,
mientras la “sirvientica” meneaba el culo para el maestro y el niño en su
despertar sexual".
Vemos
un acantilado sin mar. Aunque exista alguna vez con rio. El recuerdo del olor
sexual de la portera de la escuela. El narrador no puede llegar a ser un
“Venerable” anciano como intenta tornarlo el escritor. Un pueblo donde existe una
Infantería de Marina, pero sin mar, solo un río. La iglesia fue dinamitada.
Hacia
la página 79 vuelvo a glosar:
"Las
primeras páginas nos hacen creer que
vendrá la poesía, el atrevimiento. Pero a medida que avanza la historia, se
hace irreal. Parecen fantasmas farsantes, en sus frases llenas de lugares
comunes que riñen con la verosimilitud. Así se llame San José, el pueblo no
resurge del papel, no salta de él para volverse una realidad literaria,
sentimos que sigue pegado al papel que usa el escritor, recorrido si, por
manipulados personajes sin vida, marionetas que alcanzamos a percibir, por un
autor que no logra poner en sus labios las palabras que deben tener. Entonces
notamos que éste, no ha seguido un plan para la elaboración de éste mundo y nos
esmeramos en poderlo probar".
Entonces
se anuncia que la guerra volverá, cuando no se han ido los ejércitos.
Aún
el cura, fue uno de los alumnos del maestro rijoso. Se explica la voladura de
la iglesia con la Teología de la
liberación del padre Ortiz, algo reforzado, panfletario. Y así llegamos a la mitad de la novela donde surgen
todos los interrogantes. Y vienen cosas inverosímiles como que un guerrillero
le arroja al casi loco profesor una granada
en lugar de pegarle un tiro por pura lógica economía, que no es sugerencia. Y la voz del mismo guerrillero es un chiste,
porque la granada no estalla. Lo manda a comprar el chance.
Se
inicia la narración de una guerra de
utilería en la propia casa del narrador, pero es una guerra notoriamente
falsa porque todos los muertos no son
otros que las mascotas, los peces, un
gato, dos guacamayas que no pueden ser
las pequeñas tragedias que alude el columnista de la revista.
El
escritor trata de impresionar a éstas alturas, hasta que se le ocurra otra
cosa.
Y en
plena guerra entre las casas, cuando ve a
la niña Cristina, buscando “escondederos de a peso”, vuelve a espiar su entrepierna como si no le
importara la vida, aunque reconoce que puede ser su nieta y “se abomina”, pero no lo impide, y hace
otra cosa innecesaria, arranca un árbol, o entierra debajo del árbol al gato
muerto. Eso no se entiende.
Pero
para el lector, el escritor apenas está urdiendo la novela.
También
en medio de la batalla, la guerrilla no se interesa por la vida, sino por comer
y se ponen a asar una gallina, mientras los soldados se bañan en la
quebrada. Es toda una invención falsa, casi hilarante que molesta al
lector, necesitado de cosas inteligentes.
Y de
improviso encuentra el escritor que la causa para la agresión del pueblo es la existencia del puesto de policía que
aún en 115 páginas no había mencionado como parte del conflicto. Y luego de
admitir que solo hubo un niño muerto en la refriega, comienzan a aparecer
muertos por todos lados y hasta el idiota
del médico es muerto cuando se esconde en una nevera. Y la narración hasta aquí, pag. 118 nos parece catastrófica antes que Rabelesiana.
La guerra es una guerra que nadie que la haya vivido la puede narrar así. Los
muertos son inverosímiles entonces entendemos el epígrafe: “¿No habrá ningún peligro en parodiar un
muerto?
La
farsa, o parodia es admitida por el mismo escritor desde su epígrafe de
Moliere.
Pero
el peligro radica en ganarse un jugoso premio sin mayor esfuerzo, con una
novela construida a la carrera, mientras la va elaborando para concursar y por
eso todas sus incongruencias.
Y es
el peor pecado de ésta novela. La improvisación. Que no una pequeña tragedia.
Encontramos
nuevos muertos como Sultana y un perro
antiexplosivos, pero al maestro caminador de arriba abajo no le estalla ni
la rodilla lesionada, ni las minas quiebra patas y ocurre el sumun del delirium
tremens, le secuestran a Chepe la MUJER EMBARAZADA. Esto es de Ripley. Y va
contra todo lo que conocemos o sentimos por guerrilla y paramilitares. Es ridículo. Por eso, hacia la página 127 el
narrador y sus contertulios no hacen otra cosa que REIR, “reir a costa de la
muerte y los desaparecimientos. Como dice el epígrafe. Porque el maestro está
seguro que el lector se reirá de la incongruencia: “ Dios sabe que alguien en el pueblo se reirá de esto tarde o
temprano”.
Después
será la locura para recomponer la novela.
Otilia
desaparece y el relato aún pese a los gazapos, tiende a ser real dentro de lo
que una parodia puede serlo. Porque con lo resumido, no podemos dejar de sentir
que el secuestro y la guerra han sido parodiados aquí. Ni nos podemos reír a
carcajadas, ni lo ocurrido hasta aquí
nos llega a conmover y es cuando comenzamos a ver al narrador diciendo
incoherencias de loco: “ Arroz mojado en sopa de arroz” es la comida que
pretende que los gatos coman. Y el escritor cree encontrar la solución al
problema.
Le
hará perder la memoria, o hará que la vaya perdiendo para ciertas escenas o
situaciones. Y comienza la confusión del tiempo. El asunto de la granada y los
niños, es de un día para otro y luego lo ubica cuatro meses después. Luego
viene el encuentro con el vendedor de empanadas y Cristina con el soldado
pidiéndole que lo dejen observar el encuentro sexual porque “al viejo le gusta”
y finalmente se hace el loco. No, no
es un panfleto. Es una parodia.
Viene
la transposición del médico en “criminal” y el asesinato de esposa e hija de
Marcos Saldarriaga hechos mas dramáticos y creíbles que la misma supuesta
batalla en el pueblo. Donde el segundo se une a todos los grupos armados y
hasta provee de dotación al ejército como si el mismo no tuviera un
presupuesto. Este es otro de los muchos gazapos del relato y finalmente el
autor pone al narrador a SOÑAR. Y llega a ser invitado a desayunar con
langosta, tajadas de plátano y aborrajado, lo que nos lleva al límite del
aguante casi a punto de tirar el libro. Y se concluye, para no tirarlo, que
esto es un supuesto surrealismo del autor debido a la improvisación desordenada
y a su desmesura y falta de respeto por el lector.
El
autor trata de recomponer el relato y
para ello, pese a que el narrador ha perdido la memoria ahora se la recupera y se ubica en los días
de la semana, comienza con el Lunes donde al recibir una carta, cuenta una
historia de Gracielita cuando se come
una mariposa y posiblemente sea su ingreso a la guerrilla. Y ahora todos se van
del pueblo. Desde el militar, al narrador
y el propia autor enloquecen. El narrador habla desde el acantilado sin mar
y se van los militares con su zoológico. Una mujer se despide y le deja un
pájaro de regalo. Y al primer secuestrado lo encuentran a medio kilómetro del
pueblo, descompuesto, cuatro años después. Lo que nos indica que todo carece de
verosimilitud temporo-racional. La mujer del brasilero se hace presente en la
casa del maestro y la rijosidad del mismo vuelve a hacerse presente. Luego
envían al esposo de la secuestrada los dedos de su mujer y no sabemos si
pedazos de la bebe y es cuando el
narrador se ve en el cuerpo de otro y viene el recurso final:
El
pueblo por obra y gracia del autor se convierte en una especie de COMALA. “las calles van siendo invadidas por lentas figuras silenciosas” y un
moribundo le recuerda al narrador “¿Ismael?
¿No te habían matados mientras dormías?
El
relato se hace Rulfiano para hacernos
creer que no son fallas en la narración sino que a lo mejor quien
narra es un muerto viviente en un pueblo
abandonado y se convierte en el
segundo PEDRO PARAMO de la literatura. Al final mientras el narrador ve a
una mujer que pide matar a su hijo otra vez, nota que ya no lo pueden ver, entonces se detiene ante los uniformados
que hacen cola para violar el cadáver de la brasilera y se le ocurre que al
preguntarle por su nombre, dirá que es NADIE el otro Ulises, para que lo
vuelvan a matar.
Y
así, podernos matar a todos de decepción.
Marco
Polo.
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