Cambiar la tristeza de la canción.
Finalizaban
los años sesenta y ocurrirían tres cosas en nuestra vida.
Una.
Escribiría
una carta a una niña para entregarla en el futuro.
En
ella le diría que de una novela de Pérez Galdós había robado su nombre y que
por ello había creado la idea de su amor con un acróstico que le enviaría
cuando perdiera el miedo de mi declaración y cuando terminara de pulirse en mi
memoria su carita de ángel y su bondad vestida de hada con una música celeste
que ni siquiera había albergado en el corazón.
Dos.
Los
insultos de la abuela de Mono, seguían saliendo de sus labios contra mí por
insistir que ese veinte de julio los gringos en una nave espacial Apolo llamada
Columbia alunizaría por primera vez,
y puedo decir que en la imagen borrosa y azulada de la televisión que unos
amigos nos permitieron ver en su casa, observamos el aparato y traje blancos
del astronauta filmado desde su espalda como si alguien hubiera bajado ya, lo
que nos hizo pensar en la validez de la incredulidad de la abuela de Mono que
nos insistía en la inferioridad del hombre frente a Dios.
Tres.
El
futuro llegó y con él la infelicidad, la incredulidad y el desamparo.
La
carta y el acróstico llegaron al año siguiente a manos de su destinataria quien
luego del primer beso comenzó a desvanecerse en el aire.
Al
año siguiente terminé el bachillerato y
la amargura de acero se filtró en el alma, mientras llovían las mas
oscuras lágrimas del primer amor. La música celestial propuesta no aparecía aún
en nuestra vida y entendimos que debíamos escribir nuestra historia porque la
gente feliz no la tiene.
Sólo
en los años setenta y seis cuando un grupo de muchachos de Liverpool se habían
separado de su banda, escuché por primera vez la música de amor que de forma
extraña me remitía al AYER. Que me decía que tenía que desandar la amargura y
el rencor y buscar y recrear la canción soñada porque debía tomar una canción triste y mejorarla para
poder seguir cargando el mundo a la espalda, que a eso nos habíamos
comprometido con la historia.
Entonces
fue una explosión de ahí en adelante en la búsqueda de esa música, que no tenía
nada que ver con, vivir y dejar morir
sino con salvarnos y ser felices.
Veintitrés
años después la encontré.
Leyó
de nuevo la carta escrita al futuro sin el acróstico, porque su nombre había
cambiado de tono y de música triste había tornado a música feliz.
Ya
no se llamó como antaño.
Ya
no era el primer amor sino el verdadero, y ni siquiera se nombraría Jude, sino
LIS que de buscarla de poema en poema y de norma en norma se había convertido
en flor.
Entonces
nos casamos.
La
primera vez con la imposición de las
arras el 7 de Julio de 1.993.
La
segunda en la notaría 36 el 28 de Octubre, donde firmamos en una fría escritura
el matrimonio suyo y mío.
19
años después, coincidente con el 19 de Abril de 2.012; como si
celebráramos la muerte de la amargura o
la guerrilla y el nacimiento del amor,
PAUL McCARTNEY el ex BEATLE se presentó en concierto en Bogotá y cerca de
la medianoche, luego de los fuegos artificiales que hicieron estallar en
pedazos la violencia atea de algún James Bond, apareció por fin la canción totalmente
renovada.
Mejoramos
nuestra propia canción:
DE
TRISTE LA CAMBIAMOS A FELIZ y hasta la medianoche estuvimos coreando en el
Campín:
NA NA
NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA
NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA NA.
Como
si hubiéramos mandado al cuerno, el deseo de cargar el mundo a la espalda sin
Dios, o el temor a la felicidad y a lo cursi.
Comentarios
Publicar un comentario